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En todo ser humano hay dos realidades: la imagen de Dios y el pecado. La presencia de estos dos elementos contradictorios crea en la persona una ambivalencia existencial. A pesar del pecado se expresa la imagen de Dios, de modo que hay en cada persona valores inherentes a la condición del ser humano. Es significativo que Jesucristo predique a una multitud que no estaba integrada exclusivamente por creyentes: “Vosotros sois la sal de la tierra... vosotros sois la luz del mundo”.En otro lugar he reflexionado sobre la imagen de Dios en los no creyentes.El hecho de que una persona no crea en la imagen de Dios no impide que la tenga. La imagen de Dios es el germen del nuevo hombre que está latente en cada persona.
Se trata de hacer que el viva en nosotros de crecer"hasta alcanzar la estatura de cristo" no es solamente dejar de hacer otras. se trata de un cambio interior por el cual progresivamente nos vamos transformando hasta adquirir los pensamientos ,sentimientos y actitudes de jesucristo.
Cristo se convierte en un nuevo Adán con el cual el ser humano comienza nuevamente. Él que, desde el fundamento, es nuestro punto de referencia, el Hijo, restablece correctamente de nuevo las relaciones. Sus brazos extendidos son la referencia abierta, que continúa estando abierta para nosotros. La cruz, el lugar de su obediencia, se convierte en el verdadero árbol de la vida. Cristo se convierte en la imagen opuesta de la serpiente como dice Juan en su evangelio (Jn 3, 14).
Durante la vida terrena de Jesús, nadie pensó en poner en duda la realidad de la humanidad de Jesús. Eran muy conocidos su patria, su oficio, su madre, sus hermanos. Soportó el sufrimiento, la angustia, la tentación, la duda. Jesús fue un hombre perfecto. Pero el NT quiere mostrar la novedad de ese Hombre perfecto, al llamar a Cristo “Hombre nuevo”, “Nuevo Adán”, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado, pues este no pertenece a la esencia del hombre. Entremos, pues, a reflexionar en qué consiste ese “Hombre nuevo”.