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Nicolás Maquiavelo nació y murió en Florencia. Nacido en una familia de escasos recursos, se dedicó a los negocios de su padre, estudió derecho y, a los 25 años, se convirtió en Secretario de la República de las Diez Naciones en el gobierno florentino. El joven funcionario tiene grandes ambiciones, sustentadas en su amplitud cultural -es un lector voraz- y su extraordinario talento para entender las cosas buenas del país. Durante un breve tiempo se le encomendaron una serie de misiones diplomáticas, donde tuvo la oportunidad de exponer sus ideas políticas a la impresionante Catalina Sforza y ponerlas en práctica en la corte del monarca francés Luis XII. Si el estancamiento en las primeras negociaciones no sirvió de nada, Maquiavelo obtuvo su primera gran victoria la segunda vez.
Debe recordarse que Italia aún no es un país real. Estaba dividida en varias repúblicas y ducados autónomos, donde el poder permanecía en manos de familias individuales que competían entre sí. La situación no podía ser más complicada, con asesinatos, conspiraciones, rebeliones, invasiones y robos ocurriendo de forma vertiginosa; los aliados de hoy son los enemigos de mañana, y la desconfianza es la regla más importante de la negociación política. Fue en este contexto en el que el joven Maquiavelo inició su carrera política, y fue en esta realidad concreta en la que se basaron sus conclusiones teóricas.
El mérito fundamental de Maquiavelo radica en su capacidad para construir una teoría política basada en la experiencia cotidiana, independiente de las nociones idealistas. Su obra maestra, El Príncipe, es universal porque es un verdadero manual para el ejercicio del poder. Se dice que ha sido el libro de cabecera de muchos grandes estadistas y estadistas a lo largo de la historia, desde Napoleón hasta Richelieu. El vicio del libro no sorprende si se tiene en cuenta que Maquiavelo fue secretario de Cesare Borgia y puede considerarse la principal fuente de inspiración del libro. De hecho, el escritor florentino estaba del lado de César cuando César convocó a los capitanes que se negaron a servirle bajo pretextos amistosos, e inmediatamente les cortó el cuello. Maquiavelo escribió un relato detallado de la tragedia, que ya muestra la forma en que separó la política de la moralidad.
Con Nicolás Maquiavelo se abre una nueva vía de reflexión política, correspondiente a nuevos usos de la razón que no están atados a la fe y rígidos principios y procedimientos racionales. Maquiavelo se dio cuenta de que había creado un nuevo estilo que muchos consideran el comienzo de la ciencia política. Así, su investigación se caracteriza tanto por utilizar la experiencia para proporcionarnos hechos y cifras interpretables, como por hacerlo a partir de principios teóricos.
Recurrió a la experiencia porque creía firmemente que para gobernar racional y científicamente y mantener el poder, primero hay que entender la vida real de los gobernados y luego pensar en cómo deben vivir; porque solo el gobernante puede saber cómo se gobierna realmente el país, cómo se comporta realmente la gente. Si un gobernante primero considera cómo debe comportarse la gente y cómo gobernar un estado (como las claves de la utopía platónica), "conocerá su destrucción antes que su preservación".
Este enfoque lo obliga a abandonar las creencias morales y revela cómo se gobierna realmente el país; también rechaza los tipos utópicos y la filosofía política tradicional, ya que se basa en "discusiones teóricas sobre el origen de la sociedad y el poder, con la ley natural como límites empíricos y fuentes del derecho, el estudio de la política, subordinando la política a la moral". La interpretación de los hechos empíricos a partir de principios racionales es un requisito metodológico para que la reflexión política adquiera un carácter científico. Para comprender la realidad política, los hechos por sí solos no son suficientes, debe haber algunos principios para seleccionar, ordenar e interpretar los hechos. Dos principios se destacan en los supuestos teóricos de Maquiavelo.
Primero, la naturaleza humana es la misma en todas partes y en todo momento. Este principio se aplica teóricamente según estos tres principios rectores: El hombre se rige siempre por los mismos deseos y pasiones; por tanto, se estudia el pasado para resolver el presente con el fin de obtener reglas generales aplicables a situaciones similares.
Segundo, la maldad de todos los hombres es el rasgo más característico de su naturaleza eterna. Este principio establece las siguientes pautas para el gobierno: Quien ordena el orden en una república y hace sus leyes debe esperar que todos implementen sus ideas pervertidas siempre que sea posible.
Aunque nunca lo dijo, se le atribuye la frase el fin justifica los medios, ya que resume muchas de las ideas contenidas en el capítulo XVIII de El príncipe: solo el resultado justifica la acción, siendo además el creador del concepto de la razón de Estado, fundamental en Política, y que se encuentra ulteriormente en Guicciardini y Giovanni della Casa, aunque solo con Giovanni Botero se desarrollará como doctrina (Della Ragion di Stato, 1589). Maquiavelo lo expone en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio (lib. III, cap. 41): «Que la patria se debe defender siempre con ignominia o con gloria, y de cualquier manera estará defendida»:
Esto es algo que merece ser notado e imitado por todo ciudadano que quiera aconsejar a su patria, pues en las deliberaciones en que está en juego la salvación de la patria, no se debe guardar ninguna consideración a lo justo o lo injusto, lo piadoso o lo cruel, lo laudable o lo vergonzoso, sino que, dejando de lado cualquier otro respeto, se ha de seguir aquel camino que salve la vida de la patria y mantenga su libertad.
Se considera a Maquiavelo como uno de los teóricos políticos más notables del Renacimiento, pues con su aporte se abre camino a la modernidad en su concepción política y a la reestructuración social. Decía que "si una persona desea fundar un estado y crear sus leyes, debe comenzar por asumir que todos los hombres son perversos y que están preparados para mostrar su naturaleza, siempre y cuando encuentren la ocasión para ello."
Tradicionalmente, se ha encontrado una aporía en el pensamiento maquiaveliano como consecuencia de la difícil conciliación de sus dos obras principales, los Discursos sobre la primera década de Tito Livio y El príncipe.
En los Discursos, Maquiavelo se declara partidario de la república, partiendo del supuesto de que toda comunidad tiene dos espíritus contrapuestos: el del pueblo y el de los grandes (que quieren gobernar al pueblo), que están en constante conflicto. Para Maquiavelo el mejor régimen es una República bien organizada (toma como ejemplo la República romana), aquella que logre dar participación a los dos partidos de la comunidad para de esta manera contener el conflicto político dentro de la esfera pública.
Maquiavelo señala, y de aquí la calificación de bien organizada, que es primordial que en dicha república se disponga de las instituciones necesarias para canalizar el conflicto dentro de las mismas sin las cuales la república se desarmaría. Ninguna de las otras formas de gobierno, ya sean las buenas; la monarquía, la aristocracia y la democracia, o las malas; la tiranía, la oligarquía y el gobierno licencioso, logran el equilibrio de los partidos dentro del régimen, por lo que son inestables.
Las tres buenas son las antes citadas; las tres malas son degradaciones de ellas,.....la monarquía con facilidad se convierte en tiranía; el régimen aristocrático en oligarquía, y el democrático en licencia. Discursos sobre la primera década de Tito Livio...
Los intérpretes proclives a las tesis republicanas han pretendido, desde Rousseau, conciliar la contradicción entre los Discursos y El príncipe considerando que este último supone un ejercicio de ironía que sencillamente desnudaba a la luz pública lo que eran las verdaderas prácticas del poder.
Sin embargo, sobre la oposición a la república que podría inferirse en El príncipe, debe tenerse en cuenta que cuando Maquiavelo lo escribe lo hace para mostrar a Lorenzo II de Médici cómo debe desempeñarse si es que quiere unificar Italia y sacarla de la crisis en la que se encuentra. Maquiavelo aclara también que puede existir un hombre cuya virtud política (saber aprovechar los momentos de fortuna y escapar de los desfavorables) supere a la república en conjunto pero dicha virtud política morirá con el mortal que la posea, cosa que no ocurriría en una república bien organizada.
Además de esto, debe recordarse que El príncipe presenta analogías con la figura romana y republicana del dictador, investido de poderes absolutos durante un breve período y teniendo que rendir cuentas posteriormente ante la república. En este sentido, la contradicción entre los dos textos principales de Maquiavelo no es tal. Si es así, entonces el principado y la república deberían ser entendidos como formas de gobierno subordinadas a la auténtica preocupación política de Maquiavelo: la formación de un Estado moderno en la Italia de su tiempo.
Por tanto, un príncipe, viéndose obligado a sabiendas a adoptar la bestia, tenía el deber de escoger el zorro y el león, porque el león no se puede defender contra las trampas y el zorro no se puede defender contra los lobos. Por lo tanto es necesario ser un zorro para descubrir las trampas y un león para aterrorizar a los lobos. (Maquiavelo, 1993:137-138).
Maquiavelo entiende que todo príncipe debe tener virtud y fortuna para subir al poder: virtud al tomar buenas decisiones y fortuna al tratar de conquistar un territorio y encontrarse con una situación (que no fue provocada por él mismo) que lo ayuda o beneficie conquistar. Aquel príncipe que obtenga el poder mediante el crimen y el maltrato, siendo este vil y déspota, debe entender que una vez subido al poder tiene que cambiar esa actitud hacia el pueblo. Dándole libertad al pueblo, para ganarse el favor del mismo, ya que al fin y al cabo estos serán los que decidan su futuro. Sostuvo que el pueblo, a diferencia de la nobleza y el clero, era la médula de las naciones; sin embargo, este mismo pueblo tuvo que "convertirse en cera en manos del político". No obstante, las faltas cometidas por el pueblo sometido a su autoridad "son el resultado enteramente de su propia negligencia o mal ejemplo", pues según Lorenzo de Medici confirma: “El ejemplo del príncipe es seguido por las masas“...
En cuanto a la religión, y el cristianismo en particular, Maquiavelo la consideró como parte de la maquinaria estatal para mantener la justicia y honrar la virtud de sus ciudadanos. Por ejemplo, los romanos "recurrían a la religión con el fin de inspirar confianza a sus ejércitos" o cuando el príncipe Timasiteo "inspiró a la multitud con un sentimiento de religión, y siempre imitan a sus gobernantes". Según Maquiavelo en los Discursos, los principios de San Francisco y Santo Domingo de pobreza voluntaria y el ejemplo de la vida de Cristo "lograron tanta influencia con la gente, que fueron capaces de hacerles entender que era perverso incluso hablar mal de gobernantes perversos, y que era apropiado rendirles obediencia y dejar el castigo de sus errores a Dios". No obstante, Maquiavelo habla con desdén y admiración en El Príncipe sobre la Iglesia y el papa, lo que ha llevado a muchos estudiosos a tomar a Maquiavelo como anticristiano que prefería las religiones civiles paganas. Para otros, como Cary Nederman, ven varias doctrinas cristianas (la gracia y el libre albedrío) como elementos importantes de Maquiavelo.
Maquiavelo fue además un auténtico precursor del trabajo de los analistas políticos y columnistas de nuestros días: «todos estos príncipes nuestros tienen un propósito, y puesto que nos es imposible conocer sus secretos, nos vemos obligados en parte a inferirlo de las palabras y los actos que cumplen, y en parte a imaginarlo» (carta a Francesco Vettori, julio de 1513).
En todo caso, distintos textos del pensador arrojan luces y sombras sobre la coherencia interna de su obra. Así, el florentino llega a afirmar no sin ironía que «desde hace un tiempo a esta parte, yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla» (Carta al historiador florentino Francesco Guicciardini, mayo de 1521).
Pero el hecho es que lo que Maquiavelo propone es el cuestionable relativismo moral. Hannah Arendt escribió que "la debilidad del argumento del mal menor ha sido siempre que los que escogieron el mal menor olvidan muy rápido que han escogido el mal". Pero insistiendo en las ideas relativistas del maquiavelismo, Hobbes afirma que: «Mientras los hombres viven sin ser controlados por un poder común que los mantenga atemorizados a todos, están en esa condición de guerra, guerra de cada hombre contra cada hombre». Es decir, que el poder político colectivo atemoriza a los hombres (keep them all in awe) y gracias a ese «temor reverencial», gracias al miedo, se constituye un cuerpo político capaz de frenar mediante dominio y violencia (es decir, mediante el mal) la guerra y el caos continuo. La inclinación malvada de los hombres hace de nuevo necesaria la alianza del poder con el mal mismo para producir los resultados adecuados de la convivencia y la paz. Para el liberalismo, el poder es un mal, desde luego... y un mal necesario, pero, eso mismo, si queremos disfrutar de la seguridad que produce frente a la anarquía, también debemos controlarlo y limitarlo, ya que sin esta contención no es útil, no produce sus funciones asignadas, que son la seguridad, la paz y la convivencia; el mal, pues, ya que nos es necesario, ha de ser domado (esgrimiendo frente a él nuestros derechos), sometido (al consentimiento de los obedientes), vuelto sensible a nuestros intereses (mediante la representación), despedazado (dividiendo sus poderes), regulado (sometiéndolo al imperio de la ley).
Y modernamente Peter Sloterdijk ha criticado el excesivo desarrollo del concepto maquiaveliano de razón de estado y el enorme mal que ha hecho en su libro Crítica de la razón cínica (1983). Según él, la «falsa conciencia ilustrada» adopta una forma de actuación tal que aun sabiendo que los ideales que extendía (razón, progreso, verdad, diálogo) no son (ni han sido nunca) posibles, «los intenta mantener en el orden establecido, produciendo un tipo de personas que, aunque públicamente no cuestionen dichos ideales, viven al margen de ellos y con completa libertad y superioridad en lo que Sloterdijk denomina cinismo».