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Desarrollar el concepto de...
Para la espiritualidad
Espiritual
La espiritualidad es uno de los temas más descuidados entre los cristianos evangélicos, la reflexión seria sobre espiritualidad continúa siendo una asignatura pendiente.
Mucha de la espiritualidad actual carece de anclas teológicas. Su escasa o nula articulación con temas fundamentales como el Reino de Dios, la encarnación y práctica de Jesús, y la misión de la iglesia, entre otros, revela su falta de identidad evangélica. Los resultados son notorios: iglesias y creyentes desconectados de los temas de la vida real y una Iglesia que carece de la fuerza transformadora que procede del Espíritu.
Hoy trataremos de construir lo que podríamos llamar una "espiritualidad misional". El conjunto sitúa la espiritualidad en el lugar prioritario que ésta debe ocupar en adecuada referencia al Reino de Dios y su justicia
Encarnar y vivir
Cuando hablamos de “espiritualidad”, nos referimos a la acción del Espíritu Santo, a su potencia, su capacidad de dar vida y que transforma todas las dimensiones de la existencia del hombre. No se trata por lo tanto de una experiencia que se limita a los espacios privados de la devoción del hombre, sino que busca penetrarlo en toda su vida.
La tentación de los evangélicos, como ha dicho Samuel Escobar, ha sido "reducir el evangelio, mutilarlo, eliminar la demanda de frutos de arrepentimiento. Una espiritualidad sin discipulado en los cotidianos aspectos sociales, económicos y políticos de la vida es religiosidad y no cristianismo"
Ser espiritual, en este sentido, no puede reducirse a ser un mejor funcionario de la estructura institucional de la iglesia, sino en ser un ciudadano del Reino de Dios en nuestro diario vivir.
La perspectiva del Reino corrige también el espiritualismo individualista
Según esta noción, la mejor manera de servir verdaderamente a Dios es mediante formas directas de ministerio: enseñanza, evangelización y discipulado.
Una espiritualidad INTEGRAL
ROMANOS 14:17
La espiritualidad integral ha de permear nuestro diario que hacer. No es un aspecto de la vida que se vive exclusivamente en el culto o en el templo y que se manifiesta en las prácticas ascéticas o extáticas del cristiano; es una realidad que ha de evidenciarse en el andar cotidiano, en todas las áreas de la vida, como señal del Reino que ha llegado y que está por venir.
LIBRE DE LA RELIGIÓN
Jesús carecía de toda intención de fundar una nueva religión. Sus seguidores no recibieron ningún nombre que los distinguiera de los demás, ningún credo propio, ningún rito que revelara su carácter de grupo, ningún centro geográfico desde el cual operar.
LIBRE DE LA RELIGIÓN
En palabras de Alfred Loisy: «Jesús predijo el Reino, pero lo que llegó fue la Iglesia». En el transcurso del tiempo, la comunidad de Jesús simplemente se convirtió en una nueva religión, y el cristianismo, en un nuevo principio de división entre la humanidad. Y así ha sido hasta el día de hoy.
LIBRE DE LA RELIGIÓN
La iglesia en Antioquía era, por donde se la mire, un cuerpo extraordinario de personas. En Jerusalén tanto los judíos como los romanos consideraban que el movimiento de Jesús era una secta judía. En Antioquía se percibió claramente que esta comunidad no era judía ni «tradicionalmente» gentil, sino que constituía un tercer ente. Lucas menciona un dato pertinente: aquí, por primera vez, a los discípulos se los llamó cristianos.
LIBRE DE LA RELIGIÓN
Este espíritu pionero de la iglesia de Antioquia provocó una inspección por parte de Jerusalén. Es claro que la preocupación del grupo visitante no era la misión sino la consolidación; no se fijaba en la gracia, sino en la ley; no en cruzar fronteras, sino en establecerlas; no en la vida, sino en la doctrina; no en un movimiento, sino en una institución.
LIBRE DE LA RELIGIÓN
Mientras tanto, en Jerusalén la situación era aparentemente distinta. La conversión de Cornelio no fue recibida con mucho regocijo, y la gente se horrorizó por el hecho de que Pedro había entrado en una casa de gentiles y había comido con ellos (Hechos. 11:2).
Los gálatas habían recibido calurosamente el evangelio. Su encuentro con Jesucristo había dado como resultado una expresión activa del Espíritu Santo, esto es, vivían una espiritualidad que se mostraba tanto en palabra como en acciones.
La religión fue la fuerza que dividió la mesa en Antioquía. Cuando Pedro aceptó las norma – las líneas divisorias que le impusieron los que llegaron de parte de Jacobo - sucumbió ente la religión. Trazó una línea divisoria entre los cristianos gentiles y él mismo.
Los cristianos, que habitan en Cristo y se han revestido con Cristo son un agente de transformación en cada situación de la vida diaria.
Si al definir una espiritualidad misional nos enfocamos en la relación de la gente con Dios, como lo central, en vez de enfocarnos en lo que la gente cree o en sus acciones, las líneas divisorias que trazaremos serán de carácter muy distinto.
Nos lleva a identificarnos con Él, a amar todo lo que Él ama y a involucrarnos en todo lo que Él se involucra. Que vive la misión no como parte de la vida, sino como la vida. Nuestro reto: ser con los demás y para los demás, colaborando con Jesús en su misión de hacer de este mundo un mundo más humano.
Movida por un dinamismo de encarnación, que transforma el corazón sin transar el Evangelio y que, por tanto, se compromete con la realidad para transformarla en la línea de las nuevas relaciones del Reino de Dios.
Ante la tentación del pesimismo, el fatalismo y la desconfianza y la idea de que nada se puede cambiar, el Espíritu Santo nos capacita para saber mirar con otra mirada y descubrir que “el Reino de Dios ya está presente en el mundo, y está desarrollándose aquí y allá, de diversas maneras: como la semilla pequeña que puede llegar a convertirse en un gran árbol.