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La historia cuenta los acontecimientos vividos por Mónica, una niña de 13 años que vende rosas en la ciudad de Medellín un día antes y durante la noche de navidad. Después de la muerte de su abuela, Mónica huye a la calle y se encuentra con un mundo delictivo lleno de drogas, alcohol y prostitución, ganándose la vida como una vendedora de rosas junto con sus amigas.
La vendedora de rosas, es una película real que sobrepasa la misma pantalla, mostrando una realidad aún más cruda que la que de por si ofrece.
Desde la secuencia inicial los elementos visuales como la suciedad y la pobreza, nos da una aviso como espectadores a lo que nos vamos enfrentar.
La experiencia cinematográfica es ese algo que sentimos, que nos interesa y que nos permite localizarnos como sujetos dentro del relato, poniendo en juego nuestra comprensión de lo real. Por eso sentimos con nuestras pulsiones ante el relato y ante nuestra necesidad de sentirnos vivos. Porque lo que las personas aprecian de los relatos siempre es lo inusual, ya sea heroico, perverso o sublime… cualquiera que sea la opción, siempre será preferible a lo “normal”, a lo previsible, a lo cotidiano.