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El joven mártir, no murió al momento. Unos compañeros lo sacaron del calabozo (al cual Van Cauter lo había enviado a encerrar hasta que muriera) y lo trasladaron a un poblado cercano. Otros colonizadores blancos, buenos católicos, juzgaron y expulsaron a Van Cauter de la Compañía.
Como consecuencia de las heridas de ese brutal castigo sufrido por su fe, soportado pacientemente, y perdonando a su agresor, Isidoro después de recibir de los Misioneros el consuelo y los últimos sacramentos, entregó su alma a Dios el 15 de agosto de 1909. Murió con el Rosario en la mano, ya que no paraba de rezarlo, con su Escapulario del Carmen al cuello y rodeado de los otros cristianos y catecúmenos.
El 22 de abril de 1909, Van Cauter le ordenó a Isidoro que se quitara el escapulario y dejara de rezar. Como Isidoro no le obedeció, lo sometió al terrible suplicio del “chicote”, un látigo de piel de elefante con clavos incrustados. El peón al cual Van Cauter ordenó que diera los terribles latigazos a Isidoro no lo quería hacer, pero Van Cauter le amenazó que de no hacerlo, lo mataría y entonces el peón obedeció. Isidoro quedó literalmente “hecho una pura llaga”, después de recibir de doscientos a doscientos cincuenta azotes que Van Cauter continuaba ordenando que le siguieran dando.
Los misioneros Trapenses enfatizaban a los conversos el uso del Escapulario de la Virgen del Carmen y del Rosario para que así pudieran dar ejemplo y testimonio de su fe cristiana. El día de su bautismo, Isidoro recibió el escapulario de manos del sacerdote que lo bautizó y nunca más se lo quitó. Cual ferviente católico, él enseñaba el catecismo a muchos de sus compañeros de trabajo.
Cuando terminó el contrato que tenía como asistente de albañil, se fue a vivir con un sobrino, pero echando de menos el poder estar con otros cristianos, prefirió ir a trabajar como peón en una factoría que estaba a cargo del Sr. Van Cauter; a pesar de que algunos compañeros le advirtieron de que: “No sigas a ese blanco, que es muy malo y no ama a nuestra gente. Él no soporta a los cristianos”. Isidoro, bueno y sin malicia, no hizo caso y se fue a trabajar con el Sr. Van Cauter, al que muy pronto le cayó mal su nuevo trabajador debido a que Isidoro rezaba mucho el Rosario y además hablaba de la fe católica a los compañeros de trabajo.
Isidoro Bakanja nació en el Congo Belga, de la tribu Boangi, entre los años 1880 y 1890, hijo de padres paganos. En esa época el Congo era una colonia belga en la cual había toda clase de negociantes. Había católicos belgas muy responsables pero también había colonizadores brutales, literalmente sin entrañas, quienes además eran enemigos declarados de la Iglesia Católica.
La Virgen María lo llevó con ella al cielo el día en que la Iglesia celebra su Asunción. Isidoro, mártir del Escapulario de la Virgen del Carmen y del Rosario, fue beatificado en Roma por el Santo Padre Juan Pablo II el 24 de abril de 1994.