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¿Podríamos nosotros también expulsar al poder colonial? ?Podríamos sustituir a una monarquía con una república? ¿También nosotros podríamos ser naciones modernas, independientes, comerciando con todos, publicándolo, leyendo y hablando con libertad, liberados para siempre de la vigilancia de la Inquisición?
Clérigos, comerciantes, intelectuales, oficiales del ejército: entre todos surgió la decisión de actuar unidamente frente a los extraordinarios acontecimientos que se sucedían, y a fin de escoger entre la continuación de la lealtad hacia España, una independencia provisional hasta que Napoleón fuese expulsado y Fernando VII restaurado o, al cabo, la separación radical y definitiva de la Corona Española. Los auges de la Independencia atrajeron turbias y sus protagonistas la iniciaron enmascarados.
Abogados, burócratas, párrocos, maestros, estudiantes y hombres de ciencia primerizos, todos ellos necesitaban una nueva versión secular del universo que de manera tan dogmática había explicado la escolástica católica en el pasado.
Quizás Voltaire habría modificado su grito de batalla “Ecrazes L’infamme”, “Aplastad a la Iglesia”, de haber sabido que “Cándido” viajaría de España a América dentro de un ciborio y también la más profunda transformación del régimen de propiedad jamás visto en Europa. Cuatro millones de nuevos electores recibieron el derecho al voto, cien mil jueces fueron electos, junto con doce mil magistrados civiles, entre 1789 y 1790. El sistema feudal fue abolido, así como la nobleza y las culpas hereditarias pasadas de generación en generación. Tribunales especiales para la nobleza fueron sustituidos por tribunales comunes a toda la población. La Iglesia fue despojada de su riqueza y la nación francesa se unificó, a medida que las alcabalas y las barreras al comercio interno fueron abolidas.
Tres importantes acontecimientos impactarían a su vez a la América española. Esos acontecimientos fueron la revolución de independencia en Norteamérica, la Revolución Francesa y la invasión napoleónica de España.
Durante los años primerizos de la república norteamericana, que también fueron los años finales del imperio español en las Américas, la admiración hispanoamericana hacia la revolución norteamericana fue inmensa. Sin embargo la inspiración ideológica mayor vino de los filósofos franceses de la Ilustración. Sus grandes ideas generales llenaron una necesidad profunda, aunque a veces inconsciente, de la nueva inteligencia hispanoamericana.
En México, Caracas o Buenos Aires, no existia la representación política o acceso a la función pública para los criollos.
Aumentaron el apetito criollo para comerciar más directamente, con otras partes del mundo, el hecho es que también abrieron las economías hispanoamericanas a la competencia internacional.