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Esthela Valeria Ayala Díaz de León.
Ciencias interpretativas como la hermenéutica, la fenomenología, el estructuralismo y la deconstrucción.
Dichas ciencias se organizan a través de la interpretación de textos literarios y filosóficos o analizando cómo los objetos y las experiencias adquieren su significado.
El enfoque del discurso, al situarse en esta tradición intelectual, tiene algún parecido con el método del Verstehen, de Max Weber.
Por medio de esta metodología el investigador social pretende comprender el comportamiento en sociedad mediante la identificación con el agente que actúa en ella.
La diferencia estriba en que el analista del discurso examina de qué modo las estructuras de significado hacen posibles ciertas formas de conducta.
Al hacer esto, pretende comprender cómo se generan los discursos que estructuran las actividades de los agentes sociales, cómo funcionan y cómo se cambian.
Al empeñarse en entender estos objetos de investigación el analista del discurso da prioridad a conceptos políticos como «antagonismo», «actuación», «poder» y «hegemonía».
En su sentido más técnico, el análisis del discurso se refiere a un conjunto neutro de recursos metodológicos que sirven para analizar alocuciones, escritos, entrevistas, conversaciones, etc
Para los analistas críticos del discurso como Michael Foucault, las «formaciones discursivas» se refieren a cuerpos regulares de ideas y de conceptos que pretenden producir conocimiento acerca del mundo.
Por ejemplo, al explicar los discursos científicos a través de la historia, Foucault se empeña en esbozar sus regularidades discursivas subyacentes y relaciona la producción y transformación de estos discursos con los más amplios procesos sociales y políticos de los que forman parte.
Este capítulo se centra en los escritos de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, quienes han desarrollado un concepto de discurso que se ocupa especialmente del análisis de los procesos políticos. En sus diversos escritos, Laclau y Mouffe han intentado profundizar en la categoría de ideología marxista, utilizando las ideas de la filosofía y la teoría postmodernas.
La etiqueta de «postmodernismo» se aplica a una gran variedad de teóricos que han cuestionado los presupuestos fundacionales y esencialistas de sus respectivas tradiciones y disciplinas; entre estos autores podemos citar a Michel Foucault, Jacques Derrida, Jacques Lacan, Jean Baudrillard, William Connolly, Jean-Frangois Lyotard y Richard Rorty.
Lo son porque representan una actitud alternativa frente a los impulsos fundacionales del proyecto moderno.
Tales impulsos han querido basar nuestro conocimiento, creencias y juicios éticos en algún tipo de fundamento objetivo o esencial, ya fuera «el mundo tal como es en realidad», nuestra subjetividad humana, nuestro conocimiento de la historia o los usos que hacemos del lenguaje.
La actitud postmodema señala las necesarias limitaciones que tiene el proyecto moderno a la hora de dominar por completo la naturaleza de la realidad.
1. La crítica de lo que Jean Francois Lyotard ha llamado las «meta-narrativas» o «grandes narrativas de la emancipación» en la modernidad.
Un cuestionamiento de la costumbre moderna de utilizar algún tipo de mecanismo de legitimación subyacente y «totalizador». Estas narrativas de carácter universal y global tienden a eliminar otras narrativas posibles, produciendo un triunfo del consenso, de la uniformidad y de la razón científica sobre el conflicto, la diversidad y las formas de conocimiento diferentes.
Lyotard cuestiona la supuesta universalidad de las «meta-narrativas» y «grandes narrativas» de la modernidad e insiste en lo necesaria que es la disidencia y la tolerancia de las narrativas que no llevan el mismo paso que las formas de conocimiento modernas
La postura «antifundacionaiista» del pragmático norteamericano Richard Rorty, cuya explicación de la historia de la filosofía occidental pretende poner de manifiesto que no hay puntos de vista objetivos que garanticen la verdad o el conocimiento del mundo y que los proyectos filosóficos, siempre han tropezado con este propósito.
La búsqueda de los fundamentos últimos presupone la existencia de dos esferas separadas —la realidad y el pensamiento— que se esfuerzan por constatar que nuestros pensamientos se corresponden con el mundo «real».
Rorty critica el deseo de encontrar una teoría específica «del intelecto» o de las «representaciones mentales» que justifique las pretensiones de conocimiento.
La crítica de la metafísica occidental que hace Jacques Derrida pone de manifiesto la imposibilidad de acotar la esencia de las cosas y la de precisar completamente la identidad de las palabras y los objetos.
Derrida señala que para el pensamiento no existe un cierre o fijación natural de significado. La identidad sólo puede lograrse negando la ambigüedad y excluyendo las diferencias de forma deliberada.
Laclau y Mouffe han utilizado las ideas «antifundacionalistas» y «antiesencialistas» de filósofos como Rorty, Derrida y Lyotard para ampliar la categoría de ideología y para esclarecer la teoría del discurso.
Laclau y Mouffe afirman que ara que las cosas y actividades tengan significado deben formar parte de discursos concretos. Esto no quiere decir que todo sea discursivo o lingüístico sino que, simplemente, las cosas, para ser inteligibles, deben existir dentro de un marco de significado más amplio.
EI significado social tanto de las palabras como de las alocuciones, acciones e instituciones se entiende en relación con el contexto general del que forman parte. Cada significado se entiende en relación con la práctica general que está teniendo lugar y cada práctica según un determinado discurso.
Sólo es posible entender, explicar y evaluar un proceso si se puede describir la práctica y el discurso en el que ocurre.
La teoría relacional del discurso que desarrollan Laclau y Mouffe supone que los discursos no sólo reflejan procesos que tienen lugar en otros ámbitos de la sociedad, sino que incorporan elementos y prácticas de todos ellos.
El proceso de construcción de los discursos basado en la articulación, que se refiere a la práctica de juntar diferentes elementos y combinarlos para constituir una nueva identidad.
El fundamento teórico de esta concepción del discurso procede del lingüista estructuralista suizo Ferdinand de Saussure.
Este autor señala que el lenguaje es un sistema de diferencias formales en el que la identidad de las palabras es puramente relacional. De este modo, Saussure divide las unidades lingüísticas, que denomina signos, entre «significantes» y «significados».
La relación entre la palabra y el concepto es estrictamente formal y estructural.
Dicho de otro modo, el vínculo entre los dos no tiene nada de natural o sustancial: las palabras no están especialmente ligadas a los conceptos que expresan, ni comparten ninguna propiedad natural con las cosas que designan en el mundo.
Saussure denomina este fenómeno «arbitrariedad de los signos». Los signos funcionan como unidades de significación porque son parte del sistema de lenguaje que utilizamos.
Laclau y Mouffe indican que los discursos, son históricamente contingentes y que se construyen políticamente.
Para Rorty, los agentes sociales, las comunidades y los lenguajes son productos históricos susceptibles de cambio y transformación.
Según Derrida, las identidades nunca están del todo constituidas porque su existencia depende de factores externos a la identidad y diferentes de ella.
Sin embargo, estas dos perspectivas plantean un grave problema para el análisis político.
Si las identidades nunca acaban de fijarse, ¿hasta qué punto son posibles?, ¿estamos condenados a vivir en un mundo caótico y sin sentido? En otras palabras, si vivimos en un mundo sin cierres, ¿existe alguna posibilidad de determinar la identidad de los discursos? Laclau y Mouffe resuelven este problema afirmando la primacía de las prácticas políticas en la configuración de las identidades.
Los discursos adquieren su identidad mediante el trazado de fronteras políticas y la construcción de antagonismos entre «amigos» y «enemigos».
La construcción y experimentación de antagonismos sociales es clave para la teoría del discurso por tres motivos:
Primero, porque la creación de una relación antagónica, que siempre supone producir un «enemigo» o un «otro», es vital para el establecimiento de fronteras políticas.
Segundo, la constitución de relaciones antagónicas y la estabilización de fronteras políticas es crucial en la fijación parcial de la identidad de las formaciones discursivas y de los agentes sociales.
Tercero, la experiencia del antagonismo muestra de modo ejemplar la contingencia de la identidad.
Para la teoría del discurso, los antagonismos ocurren por la imposibilidad que tienen los agentes y grupos de adquirir identidades completas y positivas. Dicha imposibilidad existe porque la presencia del «enemigo» en una relación antagónica impide qué el «amigo» alcance su identidad.
Frente a aquellos que consideran que el sujeto es una fuente completa y unificada de ideas y valores propios, Althusser insiste en que los sujetos son construidos por las prácticas ideológicas.
Laclau y Mouffe, distinguen entre posiciones subjetivas y subjetividad política.
La primera categoría se refiere a la posición por la que opta el sujeto en diversos discursos.
Un determinado agente empírico puede considerarse a sí mismo «negro», «de la clase obrera», «cristiano», «mujer», «ecologista», etc.
Esto no tiene por qué conllevar una dispersión completa de las posiciones subjetivas porque varias identidades pueden estar unidas en discursos más globales como son el nacionalismo, el socialismo, el conservadurismo, el fascismo, etc.
Al concepto de subjetividad política lo que le interesa es cómo los actores sociales actúan o toman decisiones novedosas.
El enfoque de la teoría del discurso, para ir más allá de la primacía que Althusser confiere a la estructura sobre el agente, sostiene que las acciones de los sujetos son posibles por la precariedad de los discursos con los que se identifican.
En el análisis del discurso las luchas hegemónicas y el establecimiento por parte de un proyecto político de una hegemonía determinada son de suma importancia, ya que son clave en los procesos políticos, los cuales, a su vez, son vítales para la formación, funcionamiento y disolución de los discursos.
Dicho de forma simple, la hegemonía sólo se logra cuando un proyecto o fuerza política determina las normas y significados en una formación social dada.
Para que se establezca una hegemonía tiene que producirse una lucha entre fuerzas opuestas y la exclusión de ciertas posibilidades. De ahí que las prácticas hegemónicas siempre supongan el ejercicio del poder, en la medida en que un proyecto político pretende imponer su voluntad a otro.
Las prácticas hegemónicas tienen que disponer de significantes flexibles que no estén condicionados por los discursos existentes. Cuando estos elementos contingentes están disponibles el objetivo de las prácticas hegemónicas es articularlos en un proyecto político que se expanda y que, por tanto, les dote de un significado (parcial).
Críticas filosóficas:
Los presupuestos filosóficos de la teoría del discurso han recibido dos acusaciones principales:
La primera le acusa de ser idealista y la segunda de ser una variante del relativismo.
Respecto a la primera, ciertos críticos «realistas» afirman que la categoría de discurso lo reduce todo a pensamiento o a lenguaje.
Se considera «idealismo», en su sentido más amplio, el reducir la realidad a las ideas o conceptos que nosotros tenemos de ella. Por el contrario, se considera «realismo» al hecho de que haya una realidad independiente de dichas ideas o conceptos.
Si se define en estos términos, la teoría del discurso rechaza el idealismo y afirma el realismo. En otras palabras, el enfoque del discurso no niega la existencia de una realidad ajena a nuestro intelecto y fuera de nuestros pensamientos.
• Afirmar, en primer lugar, que no existe una esfera de objetos con significado que sea «extra-discursiva»
• Y, en segundo lugar, al rechazar el punto de vista que postula que esta esfera independiente determina el significado de los objetos que contiene.
Por lo tanto, el significado de nuestros objetos de investigación —en los que se incluyen todas las prácticas, instituciones, alocuciones, textos, etc. depende de la configuración racional (o discurso) que les otorga identidad.
Además, como hemos visto en las cuestiones postmodernas en los que se basa la teoría del discurso, ningún discurso está completamente cerrado o fijo sino que son siempre susceptibles al cambio.
Se recordará que la teoría del discurso acepta el principio «antifundacionalista» de que no hay una «verdad» subyacente e inmutable que pueda garantizar la objetividad de nuestro conocimiento o de nuestras opiniones.
¿Quiere esto decir que acepta la idea relativista de que toda opinión respecto a una cuestión determinada es tan buena como cualquier otra? La respuesta es «no».
La afirmación de que la identidad de los objetos depende de discursos concretos no supone que no puedan hacerse juicios sobre la verdad o falsedad de las proposiciones que hay dentro de algunos de esos discursos.
La teoría del discurso mantiene que, para que puedan hacerse juicios sobre cuestiones empíricas y morales debe compartirse un mismo discurso —un conjunto común de significados y presupuestos— en el que sea posible tomar tales decisiones.
La primera objeción afecta a dos problemas: el de los límites y el del cierre.
Para algunos críticos la teoría del discurso es voluntarista porque no reconoce los condicionantes materiales (definidos habitualmente en términos económicos) de las acciones y prácticas políticas.
Dicho de otro modo, la indeterminación es excesiva y se acentúan demasiado las posibilidades de acción y de cambio dentro del enfoque, sin prestar atención suficiente a las condiciones que limitan los discursos.
Estas críticas, más concretamente, se han centrado en el papel que tiene la economía a la hora de explicar los procesos políticos:
Desde el punto de vista de esta teoría, la economía no es un fundamento que determine otras prácticas o que asegure las identidades de agentes políticos como las clases sociales.
La economía, en vez de ser una especie de sustrato natural de la sociedad, autónoma en sus leyes y su lógica, es considerada como una formación discursiva —que se preocupa de procesos como los de producción, reproducción e intercambio— similar a cualquier otro sistema de comportamiento.
Además, para la teoría del discurso, las prácticas económicas están íntimamente relacionadas con otros tipos de prácticas, de forma que la economía no se ve como un ámbito separado de las relaciones sociales.
Podemos decir que, mientras que algunos enfoques del análisis político tratan las estructuras y procesos económicos como si fueran algo primordial (e incluso determinante), los teóricos del discurso hablan de la «primacía de la política».
Esto no quiere decir que nieguen la importancia crucial de los procesos y cuestiones económicas para la vida política sino que indican que toda práctica discursiva tiene un origen político.
Dicho de otro modo, incluso los «sistemas económicos», como el capitalismo, son, al fin y al cabo, fruto de conflictos políticos entre fuerzas que intentan imponerse unas a otras conjuntos de ideas, prácticas e instituciones.
El segundo problema —el del cierre— lo ha recogido hábilmente Slavoj Zizek al afirmar que el postmodemismo da más importancia a la fluidez y difusión del significado que a su estabilidad.
Laclau y Mouffe insisten en que toda formación social depende del trazado de fronteras políticas para alcanzar su identidad. De ahí que su enfoque siempre haga hincapié en el «cierre parcial» y en la «estabilidad parcial» de las relaciones sociales.
Es importante señalar que el concepto de ideología no desaparece del enfoque del discurso.
La categoría de ideología se utiliza para describir la tendencia que conduce al cierre total de los discursos. En otras palabras, un discurso «ideológico» será aquel en el que no se reconoce que haya algo exterior o un «otro» que lo constituya.
Los discursos totalitarios o fascistas serían ejemplos claros de construcciones ideológicas.
Otro de los aspectos de esta segunda crítica es el que se ocupa del papel crucial que representa el analista del discurso.
Es un presupuesto elemental de este enfoque el hecho de que el analista del discurso siempre se sitúa en una formación discursiva determinada; o sea, que es tan sujeto como los demás.
El hecho de que los teóricos del discurso eviten los criterios epistemológicos en la legitimación de los valores supone que justifican sus posiciones políticas o éticas en función de las consecuencias prácticas que tienen y de las tradiciones históricas concretas de las que proceden.
Aunque es cierto que han sido pocos los análisis de instituciones y organizaciones que se han hecho desde el punto de vista del discurso, hay que matizar esta crítica con las siguientes observaciones:
La perspectiva del discurso rechaza enérgicamente los enfoques que explican instituciones como el Estado mediante leyes objetivas que se han ido desarrollando a través de diferentes períodos históricos, o que tratan a las instituciones como si fueran sujetos unificados o agentes dotados de intereses y capacidades intrínsecos.
El enfoque del discurso propone recursos conceptuales alternativos que hagan inteligibles las instituciones y las organizaciones:
Las instituciones se conceptualizan como discursos sedimentados, discursos que, a consecuencia de prácticas políticas o sociales, se han hecho relativamente permanentes y duraderos.
En este sentido, no existe una distinción cualitativa entre los discursos, sólo diferencias en cuanto a su grado de estabilidad. Esto significa que las formaciones discursivas que son relativamente fijas, como las burocracias, los Estados y los partidos políticos son objetos legítimos para un análisis del discurso.
La teoría del discurso examina la lógica y la estructura de las articulaciones discursivas y cómo éstas posibilitan la formación, de identidades en la sociedad.
De este modo, concede a los procesos políticos —concebidos como conflictos y luchas entre fuerzas antagónicas que pretenden estructurar el significado de la sociedad— un lugar fundamental en la comprensión de las relaciones sociales y en cómo se transforman.