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El paradigma no se pudo aplicar al guión de series porque la estructura no la decidían los guionistas ni los productores ejecutivos, sino los anunciantes. Y como los anunciatnes querían que hubiera tres cortes a publicidad, las series tenían cautro actos: la televisión convencional se hace alrededor de la publicidad, y no al revés. Al tener que contar con los cortes de publicidad, los guionistas se ven obligados a estructurar su episodio para que poco antes del corte siempre suceda algo, un punto de giro, un momento de crisis o incluso un climax.
En España las series se suelen escribir con cuatro actos, aunque las cadenas cortan por donde quieren y es un trabajo inutil situar un gran corte narrativo en el minuto 24 si no se sabe si la cadena va a cortar ahí o en cualquier otro momento. El efecto sobre la narrativa es devastador, y por eso en España muchos guionistas llevan al extremo el consejo de intentar construir minitramas y un arco de la escena que siempre acaba en alto. Como nunca se sabe cuándo vendrá la publicidad, cualquier escena puede ser el gancho para que el especatdor no cambie de canal.
Otro problema para los guionistas
españoles es la larga duración que
exigen las cadenas.
En los últimos años, en Estados Unidos empiezan a pedir cinco actos, es la manera en la que las cadenas generalistas intentan compensar la pérdida de público. La fórmula no está teniendo éxito, sino que agrava el problema y da más razones a los espectadores para emigrar a las cadenas de paga.
En las series de canales de pago los guionistas pueden construir la estructura en función de las necesidades narrativas, sin someterse a las directrices de los anunciantes ni al dictamen de la audiencia, o al menos no tanto como en las generalistas.
Si se investiga en la televición de Estados Unidos de los años ochenta y noventa, se encontrarán grandes series que casi nunca pasaron de la primera o segunda temporada. A pesar de que podemos encontrar esas producciones, el nivel medio es de una calidad deprimente si lo comparamos con el de otras décadas. No por eso debemos pensar que existe algún tipo de determinismo histórico que afecta a los medios audiovisuales, pues aunque Hollywood sigue desde hace años en su línea decadente, la televisión ha cambiado y sigue cambiando, y en este caso para bien.
Como sucedía en el cine, muchos de los creadores de las nuevas series reconocen que se inspiran en el pasado anterior a los años ochenta.
En el aspecto narrativo, no se limitan a contarlo todo mediante el diálogo, no se somenten a las estructuras y bloques convencionales, se alejan de la multitrama y las fórmulas típicas de los manuales de guión, rechazan el mecanicismo rígido en la relación causa/efecto, se alejan del estilo y de las normas narrativas de la televisión, no aceptan los tabús, se meten en política y tratan asuntos espinosos y complejos.
Todo está en el diálogo: el espectador de televisión puede darse la vuelta y mirar a la pared, porque no se perderá nada y lo seguirá entendiendo todo. Esto se debe a los hábitos del espectador televisivo, que no se queda mirando fíjamente la pantalla, pero HBO y otras cadenas de pago han logrado que sus suscriptores miren sus series como si estuvieran en el cine. Muchas veces se usa la imagen y el sonido con sentido narrativo, lo que era una asignatura pendiente de la televisión.
Esta nueva forma televisiva de narrar, más compleja, exige una cierta reeducación del espectador, que debe olvidar lo aprendido en las últimas décadas.
Durante décadas ha sido un lugar común decir que la televisión sólo ofrecía entretenimiento vulgar. La televisión ha estado a menudo por delante del cine e incluso de la prensa.
¿Qué sucedió para que la televisión, que ya entonces se llamaba, quizá con cierta injusticia, la caja tonta, se convirtiera de verdad en la caja tonta? Una explicación es que, junto a producciones tan interesantes, también había horas y horas de programación insulsa y simplona y de trucos fáciles. Nada parece justificar más el calificativo de caja tonta que el uso de las risas enlatadas. Las risas enlatadas fueron empleadas ya en los años cincuenta, aunque no se generalizó su uso hasta los años sesenta.
En la tele también se aplica la estructura terapéutica o reparadora: la audiencia no debe tener malos sueños, hay que ofrecer un rayo de esperanza final.
HBO no cuenta fábulas con final feliz, porque la posición de partida de la serie se establece a partir del examen crítico de dos mitos estadounideneses: el del sueño americano según el cual cualquiera se puede convertir en un millonarioy el de que una persona honrada puede salir adelante si trabaja duro, a pesar de toda la corrupción imperante.
La televisión ha perdido mjucho público hoven en las últimas décadas debido a Internet por lo que, al menos en los canales de pago, se intenta recuperar a esos espectadores ofreciendo contenidos atrevidos que puedan rivalizar con los que ya se pueden encontrar gratis en Internet.
No hay ningún tipo de censura y la serie a menudo va más lehos que cualquier película de la contracultura de los años sesenta.
En los canales de pago, los métodos de pago son muy diferentes de los habituales y los guionistas suelen tener más tiempo. También se toman menos en serie algunas exigencias habituales, como la redacción de una detallada biblia de la serie y la descripción exhaustiva de los personajes.
Existe un universo alternativo, donde se pueden preparar 12 episodios por temporada en vez de 22, y donde se escriben todos los episodios antes de empezar a emitirlos.
El que las series sean mejores se debe a que se ha recuperado cierta sensatez, olvidando la histeria de fin de siglo, cuando se decidió que se podría empezar a emitir una serie antes de que se hubiera grabado todos los capítulos e incluso sin que se hubieran esrito todavía.
Incluso en los tiempos más oscuros de la televisión ha habido guinistas, productores y directores con otras inquietudes más allá del estrecho marco de la multitrama convencional, pero quien haya trabajado en una productora sabrá que los guinistas casi siempre nos limitamos a imitar lo que se considera rentable y comercial.
Por otra parte, la llegada de la televisión privada no mejoró la televisión, sino que aumentó el poder de la publicidad y las fórmulas fáciles para robar audiencia a las otras cadenas.
A estas dos razones hay que sumar la revolución conservadora y el monopolio de los contenidos audiovisuales de cine y televisión por parte de grandes corporaciones.
La cadena de pago HBO es responsable de uno de los mayores cambios en la industria audiovisual y ha demostrado que se pueden contar otras cosas y además de otra manera.
El 8 de noviembre de 1972, Green Channel se convirtió en HBO.
Abundan referencia culturales, como menciones a Rousseau y Coleridge, y algunos momentos de la serie han hecho que los telespectadores buscaran la referencia cultural a la que aludían.
Frente a tantos productores ejecutivos y directores cuya máxima preocupación es que los telespectadores no piensen demasiado, las nuevas series buscan lo contrario.
Quien haya trabajado en televisión sabrá que en las productoras y las cadenas las referencias culturales explícitas a menudo causan alergia. Esa actitud no ha desaparecido en la televisión, pero es evidente que los tiempos están cambiando cuando ahora podemos leer declaraciones del productor ejecutivo y guionistas de una serien en las que no habla de producir entretenimiento que pueda entender su madre, sino de dramaturgos griegos.
El guión de sieres de televisión se ha diferenciado del cinematográfico en varios aspectos importantes. En una película tenemos a un protagonista con un objetivo, que lucha por conseguirlo y que lo alcanza o fracasa. En una serie, los objetivos del personaje no se establecen con tanta claridad, porque vamos a encontrarnos con él durante muchos episodios y tendrémos oportunidad de conocer muchas más cosas acerca de su vida y su carácter que en una película.
Se trata de no despreciar al espectador, de no ofrecerle sólo papilla narrativa fácil de digerir.
En 1983 HBO dio un paso más allá y comenzó a producir contenidos audiovisuales propios, como la TV movie, The terriy Fox Story y el programa infantil Fraggle Rock. Fue una respuesta inteligente al fenómeno de los videoclubs, que permitían que cualquiera pudiera alquilar su película favorita. El despegue definitivo fue casi un golpe de suerte cuando, en 1988, los guionistas iniciaron la huelga más larga del sector audiovisual. Las televisiones convencionales, debido a que los plazos entre la producción y la emisión de cada capítulo
eran muy estrechos, se vieron obligados
a repetir contenidos.
La huelga no afectó a HBO y otras cadenas
de cable, que tenían suficientes
contenidos nuevos para emitir, porque lo
habitual era grabar la temporada entera
antes de iniciar su emisión, lo que atrajo hacia HBO la atención de un público que necesitaba su ración diaria de ficción televisiva. Esto les permitió descubrir que las series de HBO eran diferentes, en gran parte debido a que el dinero no
procedía de los anunciantes, sino de
los subscriptores.
Las series de televisión no sólo se extienden a lo largo de cuatro, cinco o diez temporadas para intentar mostrar la vida entera, sino que aprevecha las posibilidades de los nuevos medios audiovisuales y tecnológicos para contar historias paralelas.
Los personajes de las series se parecen más a las personas que los del cine, porque siguen viviendo la semana siguiente, a veces durante varios años. Es por eso que las series se interesan más en las relaciones humanas. Lo malo es que esta importancia concedida a los personajes, a sus relaciones y a su psicología a menudo se ha traducido en estereotipos, algo que se intenta evirar en las nuevas series, acentuando los elementos que hacen único y diferente a un personaje.
En la televisión convencional los
guionistas tienen que arreglárselas
para que en la pausa a publicidad los telespectadores no cambien a otro
canal, lo que ha llevado a la televisión a adoptar paradigmas simples del bien y del mal,
a evitar el sexo y la violencia del mundo real y a huir de cualquier cuestionamiento social y político.
La televisión de paga, se permite emitir contenidos que serían censurados en otras cadenas, ya sea sexo o violencia, cuestiones sociales y políticas e incluso arriesgadas propuestas narrativas.
Otros canales han imitado su modelo y compiten con las cadenas convencionales ofreciendo calidad.
Lo sorprendente es que la respuesta del público ha sido entusiasta y, aunque no pueden competir en audiencia con las cadenas convencionales, sí pueden mantener series de gran calidad a veces con sólo dos o tres millones de espectadores, aunque los últimos estrenos como Boradwalk Empire (HBO) o The Walking Dead (AMC) han superado los cinco millones de espectadores.
Pero del cine y del teatro la televisión imitió una cierta sobreactuación de los actores, que se prestaban mucha atención unos a otros y hablaban a menudo con una clariad y precisión que pocas veces se encuentra en los diálogos de la vida real.
Nada dota tanto de vida a la narrativa como lo concreto, lo palpable; ese detalle que parece innecesario y que por eso nos llama la atención como si fuera real.
Lo que diferencía a un clásico es que resulta imposible reducirlo a una fórmula, a una trama trivial sin más y que siempre es posible reinterpretarlo y encontrar algo nuevo y actual, algo que no llegaron a percibir nuestros padres o nuestros abuelos.
Esta indeterminación, esta imperfección en la cadena de causa y efecto y en la descripción de los personajes no es inútil, la ausencia de resoluión deja en nosotros al recordarlo una sensación semejante a la que experimentamos a menudo al recordar nuestra propia vida y nos preguntamos qué fue de aquella persona a la que algún día dejamos de frecuentar, aunque ya ni siquiera recordamos por qué motivo.
Este interés es que las series no sólo ofrecen proyectos más interesantes, sino que, como dice Steven Bochco, cuentan lo que no es posible contar en Hollywood.
La mayoría de esas innovaciones se producen en canales de pago y este pequeño milagro se debe en gran parte a una televisión que presume de no hacer televisión.
Es cierto que el cine fue considerado un simple entretenimiento casi hasta el momento en que se inventó la televisión. El entretenimiento fácil fue entonces la caja tonta, hasta el punto de que los grandes estudios prohibieron a sus actores aparecer en televisión. La televisión era una oportunidad para dar el gran salto al cine o el cementerio de los elefantes para quienes ya no podían trabajar en Hollywood, hace unos años directores, guinistas y actores de cine se dirigen hacia la televisión.
La narrativa convencional televisiva le falta silencio, escenas que no estén justificadas por la relación causa-efecto y tiempos muertos.
La televisión se diferenció del cine desde el principio, en gran parte forzada por las circunstancias: la pantalla era tan pequeña y la definición de la imagen tan mala que resultaba necesario usar muchos primeros planos y mostrar sólo dos o tres personajes a la vez.
Frente a la necesidad de contarlo todo en apenas unos minutos y de hacer capítulos autoconclusivos y tramas de dos o tres capítulos para mantener a la audiencia enganchada hasta la siguiente trama, en muchas series de canales de pago se concibe toda la temporada casi como si fuera una película, como un relato completo dividido en episodios, por lo que el espectador a veces tarda cuatro o cinco capítulos en meterse en la historia.
El cambio que se produjo en la televisión a inicios de los años ochenta del siglo pasado no fue la estructura restauradora en tres actos, sino la multitrama. En cada episodio se desarrollaban tramas que afectaban a distintos personajes, pero que estaban interconectadas. Algunas de las tramas eran autoconclusivas pero otras continuaban a lo largo de varios episodios o de toda la temporada.
Parte de la pérdida dramática de la televisión tradicional y del actual cine de Hollywood se debe a la breve duración de las escenas.
Las nuevas series tampoco abusan de los mecanismos más típicos de éxito garantizado de la televisión convencional. Ni siquiera se plantean la dicotomía clásica. A pesar de ello, los conflictos de pareja, ya se trate de la típica inseguridad o de los celos en un triángulo amoroso, a veces son un remedio de urgencia en el que todavía se precipitan algunos buenos guionistas, que saben que así se ganarían el favor del público más convencional.
Al igual que sucede en las películas de Hollywood, en las series existen ciertas normas que casi siempre se han seguido, aunque no siempre todas a la vez.
* Cada escena sierve de algo.
* Las escenas o secuencias siempre duran lo mismo, de un minuto y medio a dos minutos.
* Apenas se adminte el silenciao, casi siempre hay diálogo. Los chistes se sacrifican a la trana cuando es necesario.
* Los actores siempre están haciendo algo, casi siempre muy movidos.
* Hay que diriguirse a todos los espectadores o al espectador medio.