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EL DIABLO DE LOS NÚMEROS

Hans Magnus Enzensberger

Capítulo 1

La primera noche

Hacía mucho que Robert estaba harto de soñar.

Se decía: Siempre me toca hacer el papel de tonto.

Por ejemplo, en sueños le ocurría a menudo ser tragado por un pez gigantesco y

desagradable, y cuando estaba a punto de ocurrir llegaba a su nariz un olor terrible.

O se deslizaba cada vez más hondo por un interminable tobogán. Ya podía gritar

cuanto quisiera ¡Alto! o ¡Socorro!, bajaba más y más rápido, hasta despertar

bañado en sudor.

Capítulo 1

La primera noche

Hacía mucho que Robert estaba harto de soñar.

Se decía: Siempre me toca hacer el papel de tonto.

Por ejemplo, en sueños le ocurría a menudo ser tragado por un pez gigantesco y

desagradable, y cuando estaba a punto de ocurrir llegaba a su nariz un olor terrible.

O se deslizaba cada vez más hondo por un interminable tobogán. Ya podía gritar

cuanto quisiera ¡Alto! o ¡Socorro!, bajaba más y más rápido, hasta despertar

bañado en sudor.About

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Hasta que un día apareció el diablo de los números.

Robert vio a un señor bastante mayor, más o menos del tamaño de un saltamontes,

que se columpiaba en una hoja de acedera y le miraba con ojos relucientes.

COMENZANDO

-¿Quién eres tú? -preguntó Robert.

El hombre le gritó, sorprendentemente alto: -¡Soy el diablo de los números! Pero

Robert no estaba de humor para aguantarle nada a semejante enano.

-En primer lugar -dijo-, no hay ningún diablo de los números.

-¿Ah, no? ¿Entonces por qué estás hablando conmigo, si ni siquiera existo? -Y en

segundo lugar, odio todo lo que tiene que ver con las Matemáticas.

-¿Por qué? -«Si dos panaderos hacen 444 trenzas en seis horas, ¿cuánto tiempo

necesitarán cinco panaderos para hacer 88 trenzas?»

Si me agobias en sueños con deberes, gritaré. ¡Eso se llama malos

tratos a menores! -Si hubiera sabido que eres tan cobardita -dijo el diablo de los

números-, no habría venido.

Todo aquello estaba empezando a resultarle un poco inquietante.

-Si es tan sencillo hablar de Matemáticas como de películas o de bicicletas, ¿para

qué se necesita un diablo? -Por eso mismo, querido -respondió el anciano-: Lo

diabólico de los números es lo sencillos que son. En el fondo ni siquiera necesitas

una calculadora.

Para empezar, sólo necesitas una cosa: el uno. Con él puedes hacerlo casi todo. Por

ejemplo, si te dan miedo las cifras grandes, digamos...cinco millones setecientos

veintitrés mil ochocientos doce, empieza simplemente así: y sigue hasta que hayas

llegado a los cinco millones etcétera.

¿Cómo lo sabes? -preguntó-, ¿Has probado a hacerlo? -No, no lo he hecho. En

primer lugar llevaría demasiado tiempo, y en segundo lugar es superfluo.

Robert se quedó igual que estaba.

-O puedo contar hasta llegar allí, y entonces no es infinito -objetó-, o si es infinito

no puedo contar hasta allí.

-¡Mal! -gritó el diablo de los números. Su bigote temblaba, se puso rojo, su cabeza

se hinchó de rabia y se hizo más y más grande.

-¿Mal? ¿Por qué mal? -preguntó Robert.

-¡Necio! ¿Cuántos chicles crees que se han comido hoy en todo el mundo? -No lo sé.

-Más o menos.

-Muchísimos -respondió Robert-. Sólo con Albert, Bettina y Charlie, con los de mi

clase, con los que se han comido en la ciudad, en toda Alemania, en América...

miles de millones.

-Por lo menos -dijo el diablo de los números-.

De hecho, sacó del bolsillo un auténtico chicle.

Solo que era tan grande como la balda de una estantería, que tenía un aspecto

sospechosamente lila y que estaba duro como una piedra.

-¿Eso es un chicle? -Un chicle soñado -dijo el diablo de los números-.

Lo compartiré contigo. Presta atención. Hasta ahora está entero. Es mi chicle. Una

persona, un chicle.

Puso un trozo de tiza, de aspecto sospechosamente lila, en la punta de su bastón y

prosiguió: -Esto se escribe así:

-También se puede hacer al revés -añadió el anciano.

-¿Al revés? ¿Qué quieres decir con al revés? -Bueno, Robert -el anciano volvía a

sonreír-, no sólo hay números infinitamente grandes, sino también infinitamente

pequeños. Y además, infinitos de ellos.

Al decir estas palabras, el tipo agitó su bastón ante el rostro de Robert como si de

una hélice se tratara.

Se marea uno, pensó Robert. Era la misma sensación que en el tobogán por el que

con tanta frecuencia se había deslizado.

-¡Basta! -gritó.

-¿Por qué te pones tan nervioso, Robert? Es algo enteramente inofensivo. Mira,

sacaré otro chicle.

Aquí está...

División

-¿Ves? -dijo el anciano, borrando descuidadamente el cielo con la mano hasta que

desaparecieron todos los unos-. Naturalmente, sería mucho más práctico que se nos

ocurriera algo mejor que sólo 1 + 1 + 1 + 1... Por ese motivo inventé todos los

demás números.

-¿Tú? ¿Dices que tú has inventado los números? Perdona, pero eso sí que no me lo

creo.

-Bueno -dijo el anciano-, yo o algunos otros.

Da igual quién fue. ¿Por qué eres tan desconfiado? Si quieres, no me importa

enseñarte cómo se hacen todos los demás números a partir del uno.

-¿Y cómo es eso?

-Muy fácil. Lo hago así:

Multiplicación

-Probablemente para esto necesitarás tu calculadora.

-Tonterías -dijo Robert-:

y ahora.....

con un número mas grande

-¡Estupendo! -dijo Robert-. Ahora ya tenemos un tres.

-Bueno, pues ahora no tienes más que seguir haciendo lo mismo.

Robert tecleó y tecleó:

Final

-¡Muy bien! -el diablo de los números le dio unas palmadas en la espalda a Robert-.

Esto tiene un truco especial. Seguro que ya te has dado cuenta.

Si sigues adelante no sólo te salen todos los números del dos al nueve, sino que

además puedes leer el resultado de delante atrás y de detrás adelante, igual que en

palabras como ANA, ORO o ALA.

Robert siguió intentándolo, pero al llegar a

la calculadora entregó su espíritu. Hizo ¡Puf! y se convirtió en una pasta verde

cardenillo que se escurría lentamente.

-¡Maldición! -gritó Robert, quitándose la masa verde de los dedos con el pañuelo.

-Para eso necesitas una calculadora más grande.

Para un ordenador decente una cosa así es un juego de niños.

-¿Seguro? -¡Claro! -dijo el diablo de los números.

-¿Y siempre sigue así? -preguntó Robert-. ¿Hasta que te aburras? -Naturalmente.

-¿Has probado con...?

calculando

Despertad

-No, no lo he hecho.

-No creo que resulte -dijo Robert.

El diablo de los números empezó a hacer la cuenta de memoria. Pero al hacerlo

volvió a hincharse amenazadoramente, primero la cabeza, hasta parecer un globo

rojo; de furia, pensó Robert, o por el esfuerzo.

-Espera -gruñó el anciano-. Sale una verdadera ensalada. ¡Maldición! Tienes razón,

no resulta.

¿Cómo lo has sabido? -No lo sabía -dijo Robert-. Simplemente lo adiviné.

No soy tan tonto como para hacer un cálculo así.

-¡Desvergonzado! En las Matemáticas no se adivina nada, ¿entendido? ¡En las

Matemáticas se procede con exactitud! -Pero tú has dicho que eso era siempre así,

hasta el aburrimiento. ¿Acaso no es eso adivinar? -¿Qué estás diciendo? ¡Quién te

has creído que eres! ¡Un principiante, y nada más! ¿Pretendes enseñarme cuántos

son dos y dos? A cada palabra que decía, el diablo de los números se volvía más

grande y más gordo. Jadeó para coger aire. Robert empezaba a tenerle miedo.

-¡Enano de los números! ¡Cabeza hueca! ¡Montón de mocos! -gritó el anciano, y

apenas había dicho la última frase cuando explotó de rabia, con un fuerte estallido.

Robert se despertó. Se había caído de la cama.

Estaba un poquito mareado, pero aun así no pudo por menos que reírse al pensar

cómo había arrinconado al diablo de los números.

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