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A nivel económico tenemos que destacar una agricultura muy prospera, una industria principalmente basada en el textil y unas redes comerciales que circulaban por el Mediterráneo y Atlántico. En este siglo era una península muy preciada por las potencias del momento, tanto por sus recursos, su prestigio y su potencia financiera.
Esta homogeneidad económica no se plasmaba en el plano político, porque Italia estaba dividida mas o menos en veinte partes, entre repúblicas, ducados y marquesados. La mayoría eran territorios pequeños. Solo Milán, Venecia, Florencia, los Estados Pontificios y Nápoles tenían una verdadera relevancia territorial y política a nivel europeo. Muchos de estos estados estaban gobernados por familias descendientes de los condotieros, que eran señores de la guerra que, durante los últimos años de la Edad Media, consiguieron el poder en varios de estos estados.
Este fue un periodo de grandes cambios para la cultura social de Italia donde tras la mesura del Renacimiento y el retorcimiento estético del manierismo, en la Roma de los Papas se advierte la necesidad de un arte nuevo. La independencia de las repúblicas italianas no es la de antaño, tras dos siglos de pugnas entre las potencias europeas por controlar su floreciente mercado centrado en el Mediterráneo. Por otro lado, el descubrimiento de América desplaza el polo económico hacia el Atlántico, cuyas rutas son dominadas por españoles, portugueses e ingleses. Esto provoca que las repúblicas italianas se reagrupen bajo un poder más fuerte y las que no caen bajo control extranjero (España y Francia) se someten a la influencia mayoritaria de Roma, más concretamente de los Estados Vaticanos, al más puro estilo de una teocracia que logra su máximo esplendor a mediados del Siglo XV.
Alrededor de 1815, con la conclusión de las Guerras Napoleónicas, el territorio italiano fue dividido de nuevo en varios territorios, entre las entidades administrativas más importantes de la península, podemos encontrar: el Reino Lombardo-Véneto (sometido a la Austria de los Habsburgo), el reino de Cerdeña (gobernado por el rey Víctor Manuel I, que también poseía el territorio de Piamonte), el estado de la Iglesia (gobernado por el Papa) y el reino de las dos Sicilias (gobernado por la dinastía de los Borbones). Luego tenemos: el Ducado de Módena, el Gran Ducado de Toscana y el Ducado de Lucca, y otra serie de realidades ciudadanas aún más pequeñas, esparcidas por toda Italia, que se encontraban bajo la influencia austriaca. Durante el siglo XIX, un grupo de patriotas sintió la necesidad de unir toda la península y crear una sola nación, iniciando la fase histórica conocida como el Resurgimiento.
Empieza a principios del siglo XIX hasta 1870, Italia alcanzó la unidad nacional y ganó la independencia. Las primeras revueltas tuvieron lugar entre 1820 y 1830. Al frente de los primeros movimientos patrióticos estaba Giuseppe Mazzini, que dirigió varias revueltas populares, pero fue capturado y exiliado en Marsilia, donde fundó la organización "Giovine Italia", que tenía como objetivo transformar Italia en una república democrática unitaria, Los principios de libertad, independencia y unidad. Este grupo de personas decidió organizarse en pequeñas sociedades secretas, por miedo a ser arrestados y encarcelados: eran muchos sobre todo en la zona gobernada por los Habsburgo, pero también en la de los Borbones. Estas sociedades, no pudiendo basarse solo en las palabras, pasaron a los hechos y en poco tiempo organizaron las primeras revueltas: entre estas organizaciones, la más famosa era la "Carboneria". Pero solo después de 3 guerras, denominadas "Guerras de Independencia", la península italiana logra finalmente convertirse en unidad. La primera guerra estalló en 1848: después de varios levantamientos antiasburgianos en las ciudades más importantes del Reino Lombardo-Véneto (como Padua, Venecia y Milán), Carlos Alberto de Saboya se puso al frente de una coalición de estados italianos, declarando la guerra a Austria, con la intención de conquistar el Reino Lombardo-Véneto. Finalmente, Carlos fue derrotado, dejando el reino en manos de su hijo Víctor Manuel II de Saboya. Mientras tanto, en 1852, Camillo Benso di Cavour, se convirtió en primer ministro del Reino de Cerdeña, comenzando a planificar nuevas estrategias innovadoras para lograr unificar la península. Camillo se dio cuenta enseguida de que sin el apoyo de una potencia europea nunca habría sido posible derrotar a los Habsburgo; decide participar en la guerra de Crimea con los ingleses y los franceses, para impedir a los rusos la salida al Mediterráneo, enviando 18000 soldados, Todo esto para tratar de establecer vínculos políticos con una de las dos potencias, a fin de recibir a su vez apoyo político para la causa italiana. Después del final de la guerra de Crimea, en el proceso de paz celebrado en París, propone a los presentes la cuestión de unificar Italia. Mientras tanto, los patriotas continúan los intentos de insurrección, aquí hay que recordar dos eventos principales: el de Pisacane (disparos) y el atentado de Felice Orsini, que construyó bombas rudimentarias que lanzó contra el carruaje del rey de Francia, Napoleón III, matando a una docena de personas e hiriendo a muchas más, permite a Cavour obtener la ayuda de Francia. Así que Napoleón III y Cavour se reunieron en Plombières en 1858, y firmaron un contrato declarando que si Austria hubiese atcado el reino de Saboya, Francia habría entrado en guerra con Piamonte. Para molestar a los austriacos, Cavour reúne tropas en la frontera con Austria, reuniendo contingentes de patriotas de toda Italia en Piamonte. Austria declaró la guerra en abril de 1859 al reino de Cerdeña. Fue así que, en 1859, estalló la Segunda Guerra de Independencia, pero esta vez, se produjo un resultado positivo, de hecho, el Reino de Cerdeña, flanqueado por Francia, logró conquistar Lombardía. Napoleón III tuvo miedo de que el Piamonte se volviera demasiado fuerte; por lo tanto, retiró sus tropas y firmó el Armisticio de Villafranca, en julio de 1859, donde Cavour cedió Niza y Saboya a los franceses, pidiendo anexar el reino de Toscana y Emilia-Romaña al de Cerdeña.
Aprovechando las revueltas en Sicilia, Giuseppe Garibaldi (general patriota y condottiero italiano, famoso en toda Europa y en una parte de América por sus hazañas militares; también fue apodado "Héroe de los dos mundos"), con cerca de un millar de hombres, organiza la "Expedición de los Mil", que el 5 de mayo de 1860 parte de Quarto (cerca de Génova) en barco, se detienen en Talamone y desembarcan en Marsala (Sicilia). Desde Sicilia (luchando contra el ejército borbónico) los mil conquistaron toda la isla y comenzaron a subir hacia el norte, deteniéndose en Nápoles. La idea de Garibaldi era apuntar a Roma, pero Cavour temía que la misión fuera un desastre, ya que el Papa estaba protegido por Napoleón III. La conquista terminó con la célebre "Batalla del Volturno". En esas mismas semanas, el rey Víctor Manuel II movió su ejército para conquistar las Marcas y Umbría y bajó con los soldados hasta Campania, evitando el Lacio, donde el 26 de octubre de 1860 se encontró con Giuseppe Garibaldi en Teano (Caserta). Garibaldi cedió sus territorios, reuniendo así a Italia. El 17 de marzo de 1861, Víctor Manuel II declaró el nacimiento del Reino de Italia, con su capital Turín. Sin embargo, Italia aún no estaba completamente unida y libre, todavía faltaba conquistar el Véneto y el Lacio: solo con la Tercera Guerra de Independencia, en 1866, Vittorio Emanuele logró conquistar el Véneto (gracias también a la ayuda del reino prusiano, que estaba en conflicto con Austria), y cuatro años después, en 1870, sus bersaglieri llegaron a Roma, aprovechándose de la debilidad del ejército francés de Napoleón III, se abrieron paso en las murallas ("Brecha de Porta Pia"). Entraron en la ciudad y pusieron fin al poder del Papa, al que solo se les concedió: el Palacio Pontificio, los Palacios del Vaticano y una indemnización anual en dinero. En 1871, Roma se convirtió en la nueva capital de Italia, poniendo así fin a las luchas por la independencia y la unificación de Italia.