Introducing
Your new presentation assistant.
Refine, enhance, and tailor your content, source relevant images, and edit visuals quicker than ever before.
Trending searches
Nació en 1971 en Ciudad de Guatemala en la República de Guatemala. Estudió Ingeniería Industrial en la Universidad Estatal de Carolina del Norte, Estados Unidos. Durante ocho años, fue catedrático de Literatura en la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala.
Su obra ha sido traducida al inglés, alemán, francés, portugués, italiano, holandés y serbio. En 2007, mediante una votación convocada por el Hay Festival y Bogotá Capital Mundial del Libro, fue elegido entre los 39 mejores escritores latinoamericanos menores de 39 años, siendo incluido en la selección Bogotá 39.
En 2008, su libro Clases de dibujo ganó el Premio Literario Café Bretón & Bodegas Olarra; y en 2009, en Cantabria, recibió el Premio de Novela Corta José María de Pereda por La pirueta, publicada en marzo del 2010 por Editorial Pre-Textos. En 2011 recibió la prestigiosa beca Guggenheim.
Esto no es una pipa, Saturno (Guatemala, Alfaguara 2003, Punto de Lectura 2007) Reeditado en España como Saturno (Jekyl & Jill, 2017)
De cabo roto (Barcelona, Littera Books 2003)
El ángel literario (Barcelona, Anagrama 2004)
Siete minutos de desasosiego (Colombia, Panamericana Editorial 2007)
Clases de hebreo (Logroño, AMG 2008)
Clases de dibujo (Logroño, AMG 2009). Ganador del XV Premio Literario Café Bretón & Bodegas Olarra
El boxeador polaco (Valencia, Pre-Textos 2008)
Morirse un poco (Madrid, Galería Estampa 2009)
La pirueta (Valencia, Pre-Textos 2010). Ganador del XIII Premio de Novela Corta José María de Pereda en 2009
Los espacios irónicos (Montevideo, La Propia Cartonera, 2010)
Mañana nunca lo hablamos (Valencia, Pre-Textos 2011)
Elocuencias de un tartamudo (Valencia, Pre-Textos, 2012)
Monasterio (Libros del Asteroide, 2014)
Signor Hoffman (Libros del Asteroide, 2015). Finalista del Premio Setenil en 20164 y del Premio hispanoamericano de cuento Gabriel García Márquez 2016.5
Duelo (Libros del Asteroide, 2017)
Clases de chapín (Fulgencio Pimentel, 2017), antología de relatos de 'Clases de hebreo', 'Clases de dibujo' y 'Clases de machete'.
Biblioteca bizarra (Jekyl & Jill, 2018)
En Saturno, un narrador desquiciado le lamenta y reprocha sus silencios a un padre severo y devorador. Es ésta una carta amarga dirigida a un padre por la que discurre la trágica narración de los últimos días de una larga lista de escritores suicidas. Esta nouvelle, publicada en Guatemala en 2oo3 e inédita hasta ahora en España, es el libro que anunció el ingreso de Eduardo Halfon en la literatura.
En su libro El ángel literario, durante una reunión que tuvo con el escritor Andrés Trapiello, en Madrid, Eduardo Halfon narra ya los primeros anuncios de un misterioso boxeador polaco. "Tu apellido, Eduardo, ¿de dónde proviene? Líbano, le dije, mi abuelo era un judío libanés igualito a Alfred Hitchcock. ¿Y tu abuelo materno? Polaco. ¿Judío también? Sí, judío también, y le hable un poco de Lódz, de Sachsenhausen, de Auschwitz, del boxeador. Mira, hombre, exclamó levantándose a contestar el teléfono, eso o lo escribes tú o lo escribo yo. Espero que lo escriba él. Esto es El boxeador polaco (2008).
Monasterio (2014)
Agotados tras quince horas de vuelo, dos jóvenes guatemaltecos esperan sus maletas en el aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv. Viajan a Jerusalén para asistir a la boda de su hermana pequeña con un judío ortodoxo de Brooklyn. Mientras que muchos viajan a Israel como a una tierra prometida, el narrador, que se define como “judío, a veces”, descubre ese país con un malestar creciente; el casual rencuentro con una joven israelí a la que había conocido varios años antes en Antigua Guatemala le obligará a ver las cosas de otra manera.
Signor Hoffman (2015): Un escritor viaja a Italia para honrar la memoria de su abuelo polaco, prisionero en Auschwitz; recorre las costas de Guatemala, desde una playa de arena negra en el Pacifico hasta una playa de arena blanca en el Atlantico; llega a Harlem, tras la nostalgia de un salon de jazz; y busca en Polonia el legado familiar heredado por su abuelo. Porque todos nuestros viajes, como dice el narrador, son en realidad un solo viaje.
Proyecto literario: Sin duda, el escritor guatemalteco Eduardo Halfon pertenece al grupo de los que necesitan volver una y otra vez a lo mismo. Su fijación literaria es su propia identidad, es decir, sus orígenes y su familia, porque Halfon no es un guatemalteco al uso: tiene un abuelo libanés y otro polaco, ambos judíos, y en plena adolescencia su familia tuvo que exiliarse en Estados Unidos, por lo que el inglés pasó a ser su lengua principal, aunque escribe en español.
Duelo (2017) es el último libro publicado de este proyecto literario en construcción, y probablemente sea el mejor. Se trata de una novela corta, legible casi de una sentada, que narra una investigación: Halfon quiere saber quién era Salomón, el hermano de su padre al que este no llegó nunca a conocer porque con cinco años murió, como se suele decir, en extrañas circunstancias. La muerte del niño Salomón es un misterio familiar, un evento turbio del que nadie nunca habla, como en Corazón tan blanco de Javier Marías, por lo que el escritor-investigador tendrá que viajar a Anatitlán (Guatemala) para volver a visitar la casa donde vivió su familia y el lago en el que supuestamente se ahogó Salomón. También viajará a los recuerdos de Plantation (EE. UU.), donde pasó su adolescencia, descubrió la sexualidad y algunos ritos judíos y se enemistó cainitamente con su hermano.
En Duelo vuelven a estar el abuelo polaco y el boxeador que le salvó la vida a aquel, así como otros viejos conocidos de los lectores de Halfon, que agradecerán los múltiples guiños y referencias; pero los neófitos pueden sin problemas iniciarse aquí: los libros que componen el universo halfoniano son independientes entre sí, aunque la visión de conjunto es más enriquecedora.
"Se llamaba Salomón. Murió cuando tenía cinco años, ahogado en el lago de Amatitlán. Así me decían de niño, en Guatemala. Que el hermano mayor de mi padre, el hijo primogénito de mis abuelos, el que hubiese sido mi tío Salomón, había muerto ahogado en el lago de Amatitlán, en un accidente, cuando tenía mi misma edad, y que jamás habían encontrado su cuerpo. Nosotros pasábamos todos los fines de semana en el chalet de mis abuelos en Amatitlán, a la orilla del lago, y yo no podía ver ese lago sin imaginarme que de pronto aparecía el cuerpo sin vida del niño Salomón. Siempre me lo imaginaba pálido y desnudo, y siempre flotando boca abajo cerca del viejo muelle de madera. Mi hermano y yo hasta nos habíamos inventado un rezo secreto que susurrábamos en el muelle —y que aún recuerdo— antes de lanzarnos al lago. Como una especie de conjuro. Como para ahuyentar al fantasma del niño Salomón, por si acaso el fantasma del niño Salomón aún estaba nadando por ahí. Yo no sabía los detalles de su accidente, y tampoco me atrevía a preguntar. Nadie en la familia hablaba de Salomón. Nadie siquiera pronunciaba su nombre." (pp. 11-12)
"Mientras mi hermano batallaba por abrir un enorme y duro estuche de cuero, yo le estaba tomando tiempo en el reloj digital que hacía unos meses me había regalado mi abuelo. Era mi primer reloj: un Casio bultoso, con pantalla grande y correa de hule negro, que me bailaba en la muñeca izquierda (siempre he tenido muñecas demasiado delgadas). Y desde que mi abuelo me lo había regalado yo no podía parar de cronometrarlo todo, de tomarle tiempo a todo, tiempos que iba anotando y comparando en un pequeño cuaderno espiral. Por ejemplo: cuántos minutos duraba cada siesta de mi papá. Por ejemplo: cuánto tiempo le tomaba a mi hermano lavarse los dientes en la mañana vs. antes de dormir. Por ejemplo: cuántos minutos tardaba mi mamá en fumarse un cigarro hablando por teléfono en la sala vs. tomando un café en el pantry. Por ejemplo: cuántos segundos había entre los relámpagos de una tormenta que se acercaba. Por ejemplo: cuántos segundos podía aguantar yo el aliento bajo el agua de la tina. Por ejemplo: cuántos segundos podía sobrevivir uno de mis peces dorados fuera del agua de la pecera. Por ejemplo: cuál era la manera [...]" (pp.17-19)
"El número áureo. Eso fue lo primero que pensé al ver el rostro de don Isidoro después de tantos años: en el número áureo." (p. 25)
"Unos días antes del rezo de Yom Kipur, mi abuelo polaco nos había llevado a mi hermano y a mí a un hangar en Miami repleto de aviones antiguos." (p. 34 y ss. hasta p. 45)
"¿Nueva York? ¿Cómo que murió en Nueva York? ¿Cómo que está enterrado en Nueva York? ¿Y aquel niño flotando en el lago, aquel niño pálido y desnudo y con rostro teñido de azul? ¿Y aquel rezo secreto en el muelle? Pero no dije nada. No sabía qué decir. No sabía ni qué pensar. El niño Salomón había muerto en el lago. De eso estaba seguro. O al menos estaba seguro de que eso me habían dicho de niño, en Guatemala. ¿O no? Se abrió la puerta de la bodega y salió volando hacia nosotros un grupo de mujeres semidesnudas. ¿De dónde sacó usted que murió en el lago, mi amor?" (pp. 56-57)
"No recuerdo qué libro me regaló el tío Emile aquella noche, en aquel restaurante italiano de Miami Beach, y estoy seguro de que él, si estuviese vivo, tampoco lo recordaría. El libro, sospecho, era nada más su excusa para regalarme lo que estaba dentro, y que he mantenido y cuidado bien desde entonces: el tío Emile, con el orgullo de un mosquetero, había metido en el libro el recorte del periódico que contaba la hazaña que lo había llevado a la cárcel." (p. 70 y ss.)
"Doña Ermelinda seguía hincada ante el altar, encendiendo las candelas y veladoras alrededor de Maximón. Me dijo que Maximón había sido un santo muy guapo que hacía milagros y seducía fácilmente a todas las mujeres. Pero cuando los esposos de las mujeres se enteraron, me dijo, le cortaron sus brazos, a puro machetazo. Por eso no tiene brazos, dijo, mostrándome que estaban vacías las mangas del saco negro del muñeco. Pero él siempre baila, dijo. Siempre fuma. Toma trago. Tiene mucho dinero. Es dueño de todo, dijo la anciana y continuó encendiendo las candelas alrededor de la efigie." (pp. 84-85)
"No importa de quién fue la culpa, dijo. En su voz había más tristeza que furia, más decepción que dolor. Es su hermano, dijo en un susurro, [...]" (p. 96)
"Me quedé quieto en la orilla, bien envuelto en el poncho de lana, el café humeando en mis manos, viendo cómo el niño se alejaba hacia el centro del lago con solo la ayuda de una pequeña raqueta roja, su cayuco partiendo las aguas y dejando atrás una mínima estela. El lago ante mí de pronto ya no era tan inmenso, ni tan estoico, ni tan verde. Percibí una sensación en el pecho que se parecía mucho a la euforia, una euforia que se parecía mucho al dolor. Y antes de pensarlo, antes incluso de darme cuenta, ya había dado yo un par de pasos hacia delante. Sentí el agua helada en mis zapatos, mojándome los calcetines y pantalones. Sentí el suave oleaje en mis tobillos, en mis rodillas, meciéndome entero. Seguí caminando hacia delante, entrando en la estela del cayuco, y entrando aún más, y hundiéndome un poco más, y pensando todo el tiempo en los niños que en esas mismas aguas habían dejado su vida, en los niños que habían entrado al lago y bajado hasta el fondo y permanecido ahí para siempre, en los niños que eran ya hijos de nadie y hermanos de nadie, en los niños cuyas sombras de niño caminaban ahora conmigo, todos ellos juntos, y todos ellos reyes del lago, y todos llamados Salomón." (p. 106)