Desde hace unos años se reserva el término “literario” para las novelas que antes se llamaban meramente “ambiciosas”. Es decir, para las que no tenían como único propósito el de entretener, sino que, además, pretendían que el lector viera y conociera el mundo mejor, que quizá pensara en cuestiones en las que normalmente no piensa, que reparara en aspectos de los que por lo general se hace caso omiso.
Umberto Eco encuentra unos elementos que ayudan a caracterizar esta baja literatura:
*Se dirige a un público lector heterogéneo, al que considera como un receptor pasivo de mensajes.
*Es un fenómeno de puro mimetismo de obras del pasado, degradador, ausente de originalidad y capacidad creadora.
*No existen renovaciones estéticas ni de sensibilidad: se limita a homologar el gusto existente de modo conservador.
*Obedece a la ley de la comercialidad.
Alienta una visión pasiva y acrítica del mundo.
La baja literatura es “dulce” pero no “útil”, la ambición de conocimiento queda descartada; el objetivo del lector de este tipo de lecturas es únicamente: la evasión. Y, por lo tanto, jamás se preocupa si la anécdota es verosímil o no.
satisfacer los deseos del gran publico
En definitiva, podemos afirmar que la subliteratura sacrificó los fines estrictamente estéticos y literarios para buscar la comercialidad y así poder llegar a un público mayoritario. En España tuvieron muchísimo éxito y fueron conocidas como “novelas de quiosco”, “novelas de a duro”… Constituyeron un importante entretenimiento durante muchos años y en la memoria de todos están ejemplos representativos como el de la escritora Corín Tellado (una de las más prolíficas que han existido en la historia de la literatura), Marcial Lafuente Estefanía, Silver kane, Curtis Garland y tantos otros.