La estimación siempre ha sido utilizada en los contextos más variados de la vida cotidiana.
Pensemos simplemente en la necesidad de embaldosar un piso, saber cuántas ovejas hay en el campo,
calcular el dinero para hacer una compra de comestibles, pensar en el monto del pago de impuestos
mensuales o calcular la hora sin consultar el reloj. En estas situaciones raramente necesitamos
resultados exactos.
“Creo que cinco latas serán suficientes”, “concurrieron cerca de cinco mil personas”, “posee
alrededor de doscientas cabezas de ganado”, “La canasta familiar requiere casi $20000.-“, “llegará entre
las 4 y las 5 “, “el largo de este alambre se aproxima a 18 metros”, son todas expresiones de uso común
que encierran estimaciones.
Si se examina el comportamiento de las personas que realizan estas apreciaciones, se observa que
llegan a resultados aproximados a través de procesos mentales. En general, no usan lápiz y papel,
ni los algoritmos que se hacen en la escuela y tampoco los instrumentos de medición. Lo que hacen
es usar números “fáciles”, cambiar el orden en que se presentan las operaciones, realizar compara
ciones, etc., sirviéndose de indicios y conocimientos previos que le permiten allanar los cálculos.
Frente a una situación problemática de cuantificación de la vida diaria, la mayoría de las personas
intentan dar una respuesta. La necesidad de que la misma sea exacta o aproximada depende de las
circunstancias