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YACUMAMA

Ventura García Calderón (23 de febrero de 1886 – 27 de octubre de 1959) ensayista, cuentista y poeta. Nació en París, Francia. Obtuvo la nacionalidad peruana. Es uno de los exponentes de la literatura moderna de América latina. Estudió en el Colegio La Recoleta y luego en la Universidad de San Marcos. Tuvo que dejar sus estudios académicos cuando logra su incorporación al servicio diplomático. Llegó a ser embajador del Perú en Bélgica, Portugal, Francia y Suiza.

Por sus trabajos obtuvo un gran reconocimiento en su tiempo y fue probablemente el escritor peruano más famoso en el extranjero en su tiempo. Se lo llegó a nominar al Premio Nobel de Literatura.

En febrero de 1949 regresó al Perú por última vez, pero en diciembre del mismo año retornó a París, al haber sido nombrado delegado permanente del Perú en la Unesco, ejerciendo esta misión hasta su muerte ocurrida luego de haber sufrido un ataque de hemiplejia.

Ventura García Calderón

-Frívolamente (1907)

-Dolorosa y desnuda realidad” (1914)

-Los poemas de Cantilenas y Semblanzas de América (1920)

-La venganza del cóndor” (1924)

-Virages” (1933)

-Cuentos peruanos” (1952)

Obras literarias

Yacumama

YACUMAMA

es un cuento de la selva peruana, centrado en la vida de Jenaro Valdivián y su hijo Jenarito de siete años, vivían en su choza a orillas del sonoro Ucayali. Jenaro vio que el alimento y las balas se estaban terminando, entonces se alisto para salir, pero no quería alejarse mucho de la choza, como siempre lo hacía cuando salía por dos o tres días de excursión por la misteriosa selva y regresaba trayendo orquídeas sangrientas y mariposas deslumbradoras para su hijo.

Salió a la orilla del río y silbo lago rato en vano, en el centro del agua un remolino de burbujas pareció responderle; Pero la empecinada Boa no quiso moverse, estaba ahí seguramente durmiendo y digiriendo, en fin, Jenaro cogió el machete y la carabina y encerró en la choza a Jenarito, aunque hizo su berrinche, para consuelo del muchacho le dio una vela y un cartucho de hormigas tostadas, que son golosinas de los niños salvajes.

Al zanjar un árbol de caucho le pareció advertir que el tigre lo estaba espiando entre la espesura del bosque, Jenaro bien conocía los hábitos del felino, que sigue por días a su presa. En noches pasadas, fumando su cachimba bajo la luna, vio dos luces rojas entre la espesa noche, un disparo los dispersa por un momento. Esto le tenía muy preocupado a Jenaro, subiéndose a su canoa río abajo se dirigió a su misterioso y admirable telégrafo: el manguaré (un recio tronco horadado con tan extraño arte, que al golpear sus nudos redondos, la selva toda resuena a cinco leguas con un rugido). Tal vez algún indio amigo escucharía su mensaje distante; o Gutiérrez el cauchero más rico de los contornos, le despacharía víveres y otras cosas más que se usan en la selva.

En la choza el niño se comió la vela de cera y las hormigas tostadas, luego tuvo sed y quiso bañarse en el río, sacudió la puerta, pero no la

pudo abrir, Jenaro Valdivián había asegurado la cancela de cañas con la caparazón de una inmensa tortuga muerta. El niño comenzó a gritar en lenguaje conivo ¡Yacu-Mama! ¡Yacu-Mama!, del río emergió una Boa, al parecer de unos cinco metros. La bestia vino retozando como un perro doméstico, y de un coletazo la boa disparó la concha de la puerta, y entró. Jenarito gritó riendo ¡upa!

La boa enroscó con la cola a Jenarito y lo levantó hasta el techo de la choza; Pero de pronto volvió la cabeza hacia la selva, como percibiendo algo, entre tanto en el bosque los monos chillaban, el tigre de la selva entró de un salto, la boa con cuidado descendió al niño a un rincón polvoriento de la choza. La batalla empezó, como un combate de indios, el tigre salto hacia su adversario, pero quedó envuelto en la red de la boa, una garra había destrozado la lengua de la boa, las costillas del tigre crujieron, luego la boa hizo otro enlazado. Y esto terminó matando al tigre, pero la sangre de ambos combatientes estaba regado en el suelo. Luego de seis horas regresó Genaro y comprendió con una mirada lo ocurrido, abrazo al muchacho y en seguida, acaricio con la mano las fauces muertas de su boa, murmuraba y gemía con extraña ternura ¡Yacu-Mama! ¡Yacu-Mama!

Ventura García Calderón

Yacumama

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