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Las primeras villas y ciudades españolas fueron diseñadas como un tablero de ajedrez o retícula en el que las calles formaban un ángulo recto y sus cuadras eran rectangulares.
El propósito de esto era dividir de manera organizada el espacio para las viviendas, huertas, talleres artesanales y espacios destinados al comercio, entre otras edificaciones.
En el centro se ubicaba la plaza principal y alrededor los espacios públicos como casas de gobierno de autoridades civiles y de justicia.
Sus calles, edificios y casas, así como las personas que transitaban por ellas formaban parte de una nueva realidad que ya estaba alejada de los tiempos de la Conquista.
Los pueblos de indios, a diferencia de las fundaciones españolas, conservaron una distribución desigual en el espacio que ocupaban porque establecían sus casas cerca de las tierras donde trabajaban
Sus actividades económicas se centraban en la producción del tributo que debían entregar y en la generación de lo necesario para vivir, por lo que la agricultura de subsistencia permaneció durante el siglo XVI.
Con el tiempo, tanto la disminución de la población a causa de las epidemias y maltratos como por las órdenes de la Corona, fueron modificando esa distribución y organizaron las casas de los indígenas alrededor de la iglesia, el convento o de una plaza central según la costumbre española.
Estos sitios también contaban con una o varias iglesias que al principio fueron muy sencillas. Guanajuato es uno de los ejemplos que hasta la actualidad conservan esa distribución
Los reales de minas eran asentamientos que crecían de manera desordenada y cuyas calles eran sinuosas ya que seguían la topografía del lugar; en general, se localizaron en espacios que no contaban con condiciones propicias para hacer una planificación minuciosa.
Hacia la década de 1580, algunas de las consecuencias de la colonización de Nueva España eran evidentes. Ejemplo de ello era las villas y ciudades con edificios y casas estilo europeo, los caminos que las comunicaban, las carretas, los animales y las personas que transitaban las calles —europeos, indígenas, mestizos y esclavos africanos—, mostraban un paisaje distinto al del último periodo del México prehispánico.
Con las actividades económicas españolas llegaron nuevas técnicas, herramientas, maquinaria e instrumentos de trabajo que convivieron con las antiguas, principalmente en los pueblos de indios, y paulatinamente se tornaron comunes.
Aunque en el campo los cambios sucedieron con mayor lentitud, la presencia de ingenios azucareros, molinos, pozos, campos cercados, ganado, animales de carga y nuevos cultivos comenzaban a dominar el paisaje.
Las actividades de esparcimiento en las villas y ciudades novohispanas fomentaron el intercambio y la convivencia de diversos grupos sociales.
En ocasiones era posible apreciar que se compartían gustos y costumbres, por ejemplo, por los toros, las fiestas, el chocolate, el tabaco y los juegos de cartas.
Eeran una muestra de la fusión o mezcla de símbolos, elementos y modos de festejar propios de los españoles, indígenas y africanos.
Por ejemplo, en los mercados se encontraban productos de diversas procedencias y se daban cita personas de todos los grupos sociales.
Antes de iniciar sus funciones, los virreyes eran llevados a los lugares significativos como Puebla, Tlaxcala, Cholula y el santuario del Tepeyac.
Además, debían jurar que respetarían los usos y costumbres de estos territorios.
Esas ocasiones se convertían en verdaderos rituales en los que los novohispanos mostraban tanto su fidelidad al rey como sus tradiciones
Las construcciones religiosas fueron centros importantes, no solo para la evangelización y el desarrollo urbano de los lugares sino como punto de encuentro de la comunidad. Durante el Virreinato, la actividad de las iglesias estuvo estrechamente ligada a la sociedad novohispana.
Un elemento fundamental en la vida religiosa novohispana fueron las fiestas y celebraciones católicas, las cuales eran una muestra de la fusión o mezcla de símbolos, elementos y modos de festejar propios de los españoles, indígenas y africanos.
Los indígenas, gracias al trabajo de los frailes doctrineros, no solo aprendieron los ritos y ceremonias católicas, a los que incorporaron las danzas y cantos prehispánicos, sino también oficios y costumbres españoles.
El vestido y el comportamiento eran de las manifestaciones externas más visibles. Los españoles, criollos y mestizos también incorporaron a sus costumbres cotidianas elementos prehispánicos en lo que se refiere a la comida y la lengua, principalmente.