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El Lazarillo

de

Tormes

Luana Rodrigues

Eliecer

Profesora: Leila

El lazarillo de Tormes, el clérigo de Maquena.

Otro día, no pareciéndome estar allí seguro, fuime a un lugar que llaman Maqueda, adonde me toparon mis pecados con un clérigo que, llegando a pedir limosna, me preguntó si sabía ayudar a misa. […] Finalmente, el clérigo me recibió por suyo. (p. 35)

Clérigo:¡Necesito un mozo que sepa ayudar a misa! ¿Sabriás hacerlo tú?

Lazarillo: ¡Cómo los mismísimos angeles, señor! (p.18)

Aquélla le cocía, y comía los ojos y la lengua y el cogote y huesos y la carne que en las quijadas tenía, y dábame todos los huesos roídos. Y dábamelos en el plato, diciendo: —Toma, come, triunfa, que para ti es el mundo. Mejor vida tienes que el Papa. —«¡Tal te la dé Dios!», decía yo paso entre mí. (p. 37)

Clérigo: ¡Come, buen Lazaro, come! ¡Mejor vida tienes que el papa!

Lazarillo: ¡Tal te la dé, dios!

Narrador: Y al cabo de tres semanas adelgace tanto que apenas podía mantenerme en pie de pura hambre…

Clérigo: ¡Bien el puesto es tuyo. Acompañeme ahora a casa…!

Lazarillo: “¿A comer?

Clérigo: ¡A los jovenes solo pensais en comer y beber vino!

Lazarillo:¡Sobre todo si hace una semana que no se prueba un bocado!(p.19)

— Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y por esto yo no me desmando como otros. Mas el lacerado mentía falsamente, porque en cofradías y mortuorios que rezamos, a costa ajena comía como lobo y bebía más que un saludador. (p. 38)

Clérigo: ¡Hás de saber Lazaro que el ayuno…limpia de impurezas el alma!

Lazarillo: […] Pero, ¿no es hora de comer?(p.20)

Él tenía un arca viejo y cerrado con su llave, la cual traía atada con una agujeta del paletoque, y en viniendo el bodigo de la iglesia, por su mano era luego allí lanzado y tornada a cerrar el arca. Y en toda la casa no había ninguna cosa de comer, como suele estar en otras algún tocino colgado al humero, algún queso puesto en alguna tabla, o en el armario algún canastillo con algunos pedazos de pan que de la mesa sobran; que me parece a mí que, aunque de ello no me aprovechara, con la vista de ello me consolara.

Clérigo: En cuanto a la hora de comer, tienes razón, mozo. ¡Ven aquí que comerás mucho y bien!

Lazarillo: ¡Mucho y bien! Con la mala costumbre de aquel avariento de esconder sus viandas en el baúl. Apenas quedaba para mi ni una misera cebolla!...

Lazarillo: Y era costumbre de aquel avariento cederme la llave del “desván de las cebollas” cuando tenia algún invitado.

Clérigo: “¡Toma y devuelvamela luego!” ¡No te entretengas en gulosinear!