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Ra creó el mundo nombrando las cosas con palabras. Pero una palabra se la guardó para sí mismo, sin decírsela a nadie, para tener así mayor poder que cualquiera sobre el mundo. Esta palabra era su propio nombre secreto.
Ra, el sol, alumbró por primera vez el mundo de unos hombres que vivían de cultivar la tierra, pescar de los ríos, comerciar en sus barcos a vela, hacer la guerra con espadas y flechas, y carros con caballos. Ese era el mundo de los egipcios, que tenían reyes que eran dioses, y para enterrarlos construían enormes pirámides de piedra con el trabajo agotador de miles de hombres, para después guardar allí sus momias. Los faraones, al igual que Ra, guardaban para sí su nombre sagrado.
Ra era el dios responsable de la vida en la tierra debido a que era el sol que salía todos los días. Nacía de la tierra al amanecer como un sol joven, y avanzaba sobre la tierra, por el cielo durante el día. Al llegar al atardecer se iba volviendo viejo, hasta que la madre tierra se lo tragaba definitivamente. Una vez que desaparecía y caía la noche, Ra comenzaba un peligroso viaje en un barco sagrado por el oscuro mar que estaba debajo de la tierra. Allí lo esperaba Apofis, su mayor enemigo, que lo ataca permanente durante su viaje subterráneo, enviándole a sus demonios. Justo antes del amanecer Apofis realizaba su más furioso ataque a Ra, que, convertido en un gato, lograba cortarle la cabeza. Es así que libre de su enemigo Ra podía volver a nacer desde la madre tierra y el día comenzaba de nuevo.
Pero todas las noches Ra era atacado de nuevo. Si algún día comenzaba a perder su fuerza y su inteligencia, si los hombres no le daban ya fuerzas con sus rezos, si Apofis lograba vencerlo y matarlo, el sol nunca volvería a nacer y sería la noche eterna.
Semendes y Tenetamón me enviaron con el capitán de navío Mengebet. Descendí hasta el mar de Siria en el primer mes de chemu.
Llegué a la ciudad de Dor, y su gobernador, hizo que me fueran traídos cincuenta panes, una vasija de vino y una pierna de buey. Uno de los hombres de mi embarcación se fugó, robando [una vasija] de oro Cuando me levanté esa mañana, me dirigí hasta donde estaba el gobernador y le dije:
- He sido robado en tu puerto. ¡Tú eres el gobernador de esta tierra! ¡tú eres su juez ¡Busca mi dinero!
Respondió: ¡Mira! no veo el sentido de la reclamación que me has hecho. Si hubiera sido un ladrón que perteneciera a mi tierra quien hubiera bajado a tu barco y hubiera robado tu dinero, entonces yo te lo compensaría de mi almacén hasta que se descubriese quién fue tu ladrón. ¡Eh! En cuanto al ladrón que te robó, él es tuyo, él pertenece a tu barco. Pasa algunos días aquí conmigo, yo le buscaré.
Algunos días más tarde salí de esa ciudad y me dirigí a Biblos. Al llegar a su puerto dije:
-He venido en busca de la madera para la noble barca de Ra, rey de los dioses. Tráeme la madera.
-Yo lo haré cuando tú me entregues algo por hacerlo.
Cuando logré acordar el precio y obtener la madera regresé con ella, el gobernador estaba gozoso, y mandó a trescientos hombres y trescientos bueyes, y asignó a oficiales al frente para que talasen la madera.
Ra es símbolo de la resurrección, del ciclo de la vida en que la muerte se transforma, luego de un proceso subterráneo, en nueva vida. Ese es el caso de las plantas muertas, o de los animales muertos, que dan vida a nuevas plantas o nuevos animales.
Esa piedra marca el límite entre los campos que debe cultivar cada familia de agricultores.
...y el faraón las divide y les permite a las familias agricultoras cultivar allí.
Pero estos agricultores deben pagar el favor que les ha hecho el faraón entregándole parte de su cosecha como TRIBUTO.
Como en realidad los dioses son los que garantizan la cosecha a todos los egipcios, ese favor también lo deben pagar con un TRIBUTO que los sacerdotes llevan a los templos, donde se le da a los dioses (a sus estatuas) una gran cantidad de alimentos junto a objetos de lujo, pues se cree que como los hombres, comen y disfrutan de sus pertenencias.
El día del cobro del tributo
“Los gusanos se han llevado la mitad del grano, el hipopótamo se comió el resto. Hay muchos ratones en el campo, la langosta invade, las bestias devoran todo y los pequeños pájaros saquean. ¡Qué desgracia! Y el escriba desembarca y fija los impuestos sobre las cosechas. Lo acompañan soldados con garrotes. Dicen: ‘¡entrega el grano!’ No hay. Entonces, [lo] golpean (…) extendido sobre la tierra y caído en un pozo. Golpean a su mujer frente a él y cargan a sus hijos con ligaduras. Sus vecinos lo abandonan para poner su grano a resguardo.” (AA.VV. Pensar la Historia 1. Contexto)