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Introducción al Ariel de Rodó

Publicación: 1900

Próspero

La visión de Jorge Abelardo Ramos

La Tempestad de Shakespeare y Ariel

Rodó y el arielismo en Historia de la Nación Latinoamericana

Entre Atenas y Gibraltar y El arielismo del bien raíz en Hria de la Nación Latinoamericana

Rodó utilizó en su ensayo los personajes de Shakespeare en La Tempestad: Próspero que representa la sabiduría y al maestro; Ariel, genio del arte, símbolo del idealismo, la espiritualidad y la razón; y Calibán, símbolo de sensualidad y de torpeza, que representa el materialismo.

La primera parte se centra en la importancia de que cada generación posea un programa propio (no importado). Exalta del mismo modo a la juventud como protagonista de ese proceso. "Sólo es digno de la libertad y la vida quien es capaz de conquistarlas día a día para sí" Goethe.

En la segunda, Rodó insta al hombre a desarrollar su naturaleza entera, la parte ideal, sin tener un objetivo único. "espíritus muy capaces bajo un único y monstruosamente ineptos bajo todos los otros", comparable a un obrero centrado en una actividad mecánica y repetitiva.

La tercera parte se centra en la importancia de "lo bello" para la educación del espíritu y para propagar las ideas. Según el autor, para que el continente hispanoamericano pueda recuperar sus valores espirituales, es necesario que siga los ideales estéticos de la cultura de la Grecia Clásica, en tanto modelo del buen gusto por su uso del arte como actividad mental que enriquece el espíritu. Así mismo, cabe resaltar que también considera al cristianismo como fuente del idealismo. De esa manera, los países hispanoamericanos deberían defenderse de la dominación cultural estadounidense mediante el idealismo espiritual. Además, según Rodó, la responsabilidad de los jóvenes reside en preservar una civilización de origen griego.

La cuarta indica las causas del "utilitarismo", la inmediata finalidad del interés, con un énfasis en lo cualitativo sobre lo cualitativo y denunciando el gobierno de las "mediocridadedes". Rodó quería advertir de los efectos negativos del utilitarismo sobre el espíritu latinoamericano, porque se basaba principalmente en el materialismo.

La quinta se centra en los Estados Unidos como representantes del espíritu utilitario y de la democracia mal entendida que no debe ser imitada. Igualmente hace una crítica de la civilización norteamericana: no persigue otro ideal que el engrandecimiento de los intereses materiales. Denuncia que carece de verdadero sentimiento artístico y que no cultiva la ciencia sino como un medio de llegar a las aplicaciones útiles. Su intelectualidad está en completa decadencia. Del mismo modo señala la aspiración vanidosa de los Estados Unidos a la hegemonía

de la civilización contemporánea. Asímismo, el autor denuncia la "nordomanía" porque aporta ideas extrañas al espíritu hispánico y por temor al imperialismo, dado que en 1898 estalló la Guerra Hispano-Estadounidense y los Estados Unidos empezaron a imponer una forma de hegemonía continental.

La última parte concluye que no basta la grandeza material para la gloria de los pueblos. Destaca la importancia que le da a las ciudades sin expresar los problemas de las mismas ni la segregación social. No hay crítica a las diferencias sociales: "Donde no cabe la transformación total, cabe el progreso; y aun cuando supiérais que las primicias del suelo penosamente trabajado, no habrían de servirse en vuestra mesa jamás, ello sería, si sois generosos, si sois fuertes, un nuevo estímulo en la intimidad de vuestra conciencia".

Próspero, Johann Heinrich Fussli, 1786-89

José Enrique Rodó escribe su abrumador Ariel en un período en que el robusto imperialismo yanqui aterraba al mundo de las plácidas oligarquías sudamericanas, protegidas en su beatitud por sus relaciones con el Imperio inglés. Al iniciarse el siglo XX se derrama por América Latina un grito de alarma llamado "arielismo". En una prosa obesa sin aristas, con las formas abundantes de una hermosa dama envejecida, Rodó oponía el "espíritu del aire" al voraz apetito carnal de Calibán. Estados Unidos sería este último, y una América Latina laxa, nacida de la imaginación del escritor, el primero. La propagación del arielismo fue espectacular, como esas raras fiebres tropicales que derriban todo a su paso. Rodó proponía a la América Latina, sumergida en un ocio hambriento, y reducida a la parálisis pre-capitalista, el cultivo de un ocio helénico, donde al parecer germinan todas las grandes culturas. Exponía con frases cuidadosamente redondeadas, para no herir a nadie, una antítesis: los Estados Unidos eran un gran país devorado por la creación económica. Pero el "idealismo" de América Latina, heredero de la latinidad, debía preparar para el arte y la filosofía, expresiones de la "vida superior". "Necesario es temer, por ejemplo, que ciudades cuyo nombre fue un glorioso símbolo en América; que tuvieron a Moreno, a Rivadavia, a Sarmiento; que llevaron la iniciativa de una inmortal Revolución; ciudades que hicieron dilatarse por toda la extensión de un continente, como en el armonioso desenvolvimiento de las ondas concéntricas que levanta el golpe de la piedra sobre el agua dormida, la gloria de sus héroes y la palabra de sus tribunas, puedan terminar en Sidón, en Tiro, en Cartago".

La obra estaba impregnada hasta la médula de estas inepcias estremecedoras. En esencia, Ariel constituía una protesta ética de la indefensión latinoamericana ante los Estados Unidos. Oponía el poder del espíritu a la siderurgia y se convertía, por su maciza banalidad, en una doctrina conservadora. ¿Por qué causas este monumento verbal y glacial fue escrito?. ¿Qué razón motivó su cómico prestigio? Consideremos en primer lugar la tierra natal de Rodó. El Uruguay del 1900 era la pieza más perfecta de la "balcanización" latinoamericana. Estaba por concluir el ciclo de su guerra civil, con el triunfo del partido Colorado, partido del que formó parte Rodó, lo que no resulta nada incidental. El "Nirvana" de Ángel Floro Costa era un hecho. La vieja Banda Oriental había muerto; en su lugar se distinguía una fecunda pradera atrás de una gran ciudad cosmopolita. Toda la renta agraria de los campos orientales era comercializada por Montevideo. Con su producto comenzaba a erigirse una gran burocracia del Estado, un escudo protector de la clase media urbana. La situación demográfica, geográfica, económica y cultural predeterminaba la proyección del Uruguay hacia Europa. Las corrientes inmigratorias se asentaban rápidamente, se hacían propietarias, expandían Montevideo.

El coronel Latorre había construido el Estado jurídico; Battle Ordóñez ordena el Estado exportador y distribuye la renta agraria entre la pequeña burguesía de la ciudad, que se hace naturalmente partidaria de un orden democrático y parlamentario liberal de corte europeo. La publicación de Ariel coincide con una era de bienestar general, que se prolongará seis décadas. El Uruguay urbano comenzaba a ser ya un país de ahorristas, pequeños propietarios, empleados públicos bien remunerados y artesanos independientes. El batllismo es su expresión política; el positivismo, su filosofía; la literatura francesa su arquetipo. Es la ciudad de los templos protestantes, de los importadores, de los maestros poetas. Reina un tibio confort hogareño, una actitud a-histórica, una propensión portuaria. Uruguay se ha "belganizado"; un alto nivel de vida en la semi-colonia próspera ha sepultado los ideales nacionales. De ahí que ignore su origen, pues nada le importa de él. El hijo o nieto de inmigrantes permanece vuelto de espaldas a la Banda Oriental, a las Provincias Unidas, a la América criolla. Vive replegado sobre sí mismo en una antesala confortable de la grande Europa. Y en esa vida de próspera aldea, con sus Taine, sus Renán y sus Comte, en esa viscosa "idealidad" de las secularizadas religiones prácticas, Uruguay se aburre; en ese hastío nacido de su insularidad, donde el pasado es un misterio (recién comienza a embalsamarse a Artigas como "héroe nacional") y el futuro no ofrece sobresaltos, el "espíritu" remonta su vuelo. Es la hora de Rodó, el predicador del "statu quo". El orador estetizante del Uruguay inmóvil se inquieta ante el genio emprendedor de los norteamericanos prácticos. No condena explícitamente las tropelías yanquis, sino su estilo pragmático. Propone un retorno a Grecia, aunque omite indicar los caminos para que los indios, mestizos, peones y pongos de América Latina mediten en sus yerbales, fundos o cañaverales sobre una cultura superior.

En Ariel no había furor. Se incitaba a la elevación moral. Al fin y al cabo Rodó emitía frases desde una sociedad complacida, a la que las caballerías de Aparicio Saravia dará un último sobresalto en 1904, una sociedad practicante de placeres virtuosos y enemiga del exceso. Francisco Piria, por lo demás, al frente de una legión de rematadores, ha creado en Montevideo una nueva clase de pequeños propietarios que constituirán la base social granítica de los arielistas. Detrás de las bruñidas frases de Rodó se descubría a un sonrosado Nirvana distribuyendo consejos de idealismo a los hambrientos de la Patria Grande. Toda la autosatisfacción de las oligarquías ilustradas de América Latina, su concepción "pro domo sua" de un progreso quimérico, su latinidad, su humanismo lagrimeante, su desdén aristocrático hacia las bajas necesidades materiales, su adoración hacia la forma, todo ese detritus ético del estancamiento continental, Rodó lo pulió, lo envasó y se lo sirvió a la joven clase media de la América hispánica regado con esa gelatina sacarinada de cuya fabricación se había hecho maestro. La pequeña burguesía harta del Puerto intemporal, se sublimaba en Rodó y ofrecía a su tiritante congénere latinoamericana el más exquisito narcótico de su rica farmacopea importada. Un ¡ah! de general deslumbramiento arrancó el estupendo sermón laico en esas dulces horas sin futuro. Y pese a todo, había una amarga injusticia en glorificar la pieza más detestable y nihilista de Rodó, justamente el escritor que inicia en el Plata la reivindicación de Bolívar y retoma la idea de la Patria Grande. Sepultar su Bolívar y exaltar su Ariel, he ahí la impostura clásica del colonialismo cultural posterior.

Fernando

The Tempest, William Hogarth, 1730-35

La Tempestad. Bastian Kupfer.

Fernando tentado por Ariel, Millais, 1849.

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