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La doctrina del Destino Manifiesto refleja el pensamiento de un siglo en que el expansionismo y el imperialismo se veían como comportamientos necesarios si una nación quería fortalecerse y desarrollarse. La primera actitud intervencionista inspirada por el espíritu del “Destino Manifiesto” fue la obsesión de los colonos ingleses por desplazar de sus tierras (o bien exterminar) a los indígenas norteamericanos.
Se ha dicho que el aspecto positivo de esta doctrina tiene que ver con el entusiasmo, la energía y determinación que inspiró a los estadounidenses para explorar nuevas regiones, especialmente en su migración hacia el oeste. También dio forma a uno de los componentes esenciales del “sueño americano”: la idea de que se pueden obtener la libertad y la independencia en un territorio de proporciones ilimitadas.
En el siglo XVI hubo un cisma religioso que dividió a Europa en dos grupos enfrentados: los católicos y los protestantes. Esta tremenda sacudida política y espiritual se conoce como la Reforma, y dio inicio a una aguda competencia entre países católicos y protestantes. En el Nuevo Mundo la España católica y la Inglaterra protestante pretendieron llevar a cabo sus ideales espirituales, políticos y económicos. Cada potencia compartió en sus inicios colonizadores el mismo furor religioso e ímpetu evangelizador con respecto a los nativos, pero los principios de cada religión crearon sociedades coloniales muy distintas.
En cambio, las consecuencias negativas son de lamentar: la intolerancia hacia las formas de organización social y política de otros pueblos, el despojo, exterminio y confinamiento de los pueblos indios de Norteamérica a reservaciones, guerras injustas y discriminación.
Los Montes Negros son bien conocidos por la población indígena americana por ser considerados un sitio sagrado en la tradición Sioux. Ahí se celebraban ceremonias rituales para los espíritus de los guerreros muertos y se acudía a rezar al “Gran Espíritu”. Después de la sangrienta guerra Sioux de 1865-67, el gobierno de los Estados Unidos creó la Gran Reservación Sioux en los Montes Negros. Sin embargo, en 1874, el General Custer violó el acuerdo al internar en este territorio un ejército de mil soldados que obligó a los Sioux a refugiarse dentro de su propia reserva. Más adelante, en 1890, el ejército norteamericano perpetró una masacre en la que murieron más de doscientos indígenas.
El monumento del Monte Rushmore es un testimonio del sometimiento de la población nativa estadounidense. Este monumento se encuentra en uno de los Montes Negros de la cordillera de las Rocallosas.
Entre 1927 y 1941, el escultor Gutzon Borglum llevó a cabo una tarea colosal: ayudado por 400 mineros, esculpió en una montaña en Keystone, Dakota del Sur, las efigies colosales de cuatro ex presidentes estadounidenses: George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Theodore Roosvelt. Esta escultura monumental se conoce como el Mount Rushmore National Memorial; está ubicada a 1,900 metros sobre el nivel del mar y es uno de los más populares atractivos turísticos de la cordillera de las Rocallosas y un símbolo de la nación norteamericana.
Las efigies de los de los presidentes norteamericanos son un monumento al mito del Destino Manifiesto. ¿Qué tienen en común los mandatarios allí representados? Todos contribuyeron al crecimiento y desarrollo de su nación desde las perspectivas territorial, económica y política.
Washington fomentó intensamente la exploración del entonces desconocido y promisorio Oeste.
Jefferson duplicó el territorio norteamericano con la compra de la Luisiana y envió exploradores para encontrar una ruta al Pacífico, con lo que promovió la colonización del Oeste y, eventualmente, la obtención de Texas y del enorme territorio que perteneció a México hasta 1848. Lincoln mantuvo la cohesión de la Unión y Roosvelt construyó el Canal de Panamá, con lo que se cumplió el sueño de contar con una vía comercial interoceánica.
El expansionismo del siglo XIX consolidó el dominio continental de los Estados Unidos. En el transcurso de ese siglo los Estados Unidos se convirtieron en una República transcontinental que se extendía de un océano a otro. Para 1850 el país casi había alcanzado sus actuales límites territoriales, con la excepción de Alaska, Hawai y una parte de Arizona que sería adquirida en 1853 por el Tratado Gadsden. El crecimiento geográfico de los Estados Unidos fue el primer paso para la penetración económica y para la dominación política posterior. Así, el expansionismo se convirtió en un objetivo nacional que, como se demostró en la guerra contra México (1846-1848), ofrecía a los norteamericanos la posibilidad de convertirse en una potencia mundial.
Uno de los aspectos culturales más notables que produjo la expansión territorial fue la ampliación de la percepción del paisaje estadounidense. La nueva manera de entender el escenario natural fue plasmada por la pintura de paisaje, el género artístico más importante del arte estadounidense del siglo XIX.
El paisaje se convirtió en un símbolo de identidad nacional. Los artistas presentaban el espacio geográfico americano con proporciones monumentales e iluminado por una luz dorada, implicando que la tierra era bendecida por Dios. La grandiosidad de la naturaleza norteamericana es presentada como una revelación del designio divino de fundar en ella el Reino Terrenal de Dios. Cuando en estos cuadros hay referencias a la civilización dominante, se muestra una relación armónica entre el hombre (pionero) y el entorno natural. En cambio, cuando retratan indígenas, se les muestra lejanos de esa civilización, escondidos en los bosques o huyendo de las caravanas de los pioneros, o bien como “buenos salvajes” que pueden ser integrados.
Otro elemento simbólico que puede encontrarse en la pintura de paisaje es el ferrocarril, capaz de superar todos los obstáculos naturales. Este titán es convertido en el paradigma del progreso y de la civilización, pero también en instrumento de la especulación de la tierra, pues abre mercados y da valor a la tierra que lo rodea. Así, el ferrocarril es asimilado armónicamente a la pintura y convertido en símbolo del “paisaje civilizado”.
Entre 1825 y 1865 los artistas se interesaron primordialmente por dos grandes escenarios, el valle del río Hudson y las montañas Rocallosas. A medida que la nación expandía su territorio y dominio, comenzaron a aparecer vistas del Oeste e incluso algunos panoramas sudamericanos pintados por artistas-exploradores, como Frederic Edwin Church o Albert Bierstadt. La mayoría de estos nuevos paisajes, encargados por terratenientes y empresarios, cumplieron con la función de dar publicidad a las posibilidades expansionistas y comerciales que ofrecían tierras lejanas para aquellos inversionistas que detentaban la doctrina del Destino Manifiesto.
Walt Whitman (1819-1892), de quien puede pensarse que es el máximo poeta de la literatura estadounidense, expresó a través de sus escritos las convicciones del Destino Manifiesto. Whitman decía que el pueblo norteamericano no debía imitar a la civilización europea porque era ajena a la realidad de los Estados Unidos. El poeta creía que la fuente de inspiración de la cultura estadounidense debía emanar de la propia naturaleza americana.
En cuanto a su relación con otras naciones, Estados Unidos tiende a manejar sus relaciones exteriores como si se tratara de una cruzada moral. Generalmente justifica sus acciones con dos argumentos, ya sea el de la “nación fuerte que protege a la débil”, como pueden constatar la gran mayoría de las naciones americanas; o bien el de “la lucha contra el Mal para defender la libertad y seguridad del mundo” - como hasta hace poco alegó respecto de su invasión en Afganistán -.
La historia de las relaciones exteriores de los Estados Unidos provee infinidad de ejemplos de la política del “Destino Manifiesto”, como lo son:
La idea de un Destino Manifiesto fue una de las banderas más proclamadas por la prensa y por los políticos en la segunda mitad del siglo XIX en Estados Unidos. Sin embargo, no hubo un apoyo unánime e incondicional a esta doctrina. Las diferencias internas acerca del objetivo de la expansión territorial determinaron su aceptación o resistencia.
La imagen nacional que los Estados Unidos tienen de sí mismos, como protectores y defensores de la legalidad, la libertad y la democracia, se funda en la creencia de que poseen una superioridad moral (porque son el “pueblo elegido”). Esta suposición les ha permitido justificar su intromisión en los asuntos internos de otros pueblos (que no son “elegidos de Dios”) o de plano la violencia contra ellos.
• Doctrina Monroe (1821) declaró que ninguna nación americana independiente debía volver a ser sometida por Europa y que Estados Unidos intervendría si consideraba que se afectaban sus intereses
• Anexión de Texas (1845), guerra con México (1846-48) y anexión de más de la mitad de su territorio
• Guerra con España para libertar a Cuba (1898)
• Construcción del Canal de Panamá (1901-1914)
• Doctrina Truman (1946), mediante la que Estados Unidos comprometía su poder militar y su fuerza económica para la defensa de países contra el comunismo (entendido como el “Mal”)
• John F. Kennedy expandió la “nueva frontera”, la comercial, a través de la “Alianza por el progreso” en América Latina (1961)
• La multimillonaria inversión en fuerza militar (“Guerra de las galaxias”) de Ronald Reagan
Aunque la doctrina del Destino Manifiesto se interpretó especialmente en relación con la expansión territorial, después impulsó otro tipo de destinos: ser potencia mundial a nivel industrial, tecnológico, económico, deportivo, así como en artes y ciencias.
Mientras en el noreste se creía que los Estados Unidos tenían la misión de llevar los ideales de la libertad y la democracia a otros lugares, lo cual podía conseguirse por medio del crecimiento territorial, los Estados del sur pretendían extender el área de esclavitud. El conflicto de los abolicionistas del norte contra los esclavistas del sur se hizo evidente cuando se propuso la anexión de Texas y finalmente desembocó en una guerra interna, la Guerra de Secesión de 1860-1865.
La base de la tradición cultural estadounidense está constituida por la migración de puritanos (calvinistas) a Massachusetts, en la costa norte del Atlántico. El puritanismo era una de las iglesias que derivaron del protestantismo. A Norteamérica también llegó gente perteneciente a otras iglesias protestantes, como anabaptistas, cuáqueros, presbiterianos, evangelistas, etcétera. Los puritanos que desembarcaron en Massachusetts en 1626 creían que estaban estableciendo la “Nueva Israel” en América.
Esta idea se enraizó en la imaginación norteamericana al grado que en 1776, para crear el sello nacional de Estados Unidos, Benjamin Franklin y Thomas Jefferson propusieron la imagen de la “Tierra Prometida”. Franklin pensó en la representación de Moisés dividiendo el mar Rojo con el ejército del faraón persiguiendo a los judíos; Jefferson sugirió la de los hebreos guiados a través de la noche por una antorcha.
Se ha dicho que la religión protestante es pesimista porque nadie sabe si salvará su alma, a pesar de las buenas acciones que se empeñe en realizar en vida. Sin embargo, la ética protestante es muy pragmática y desarrolló una manera de interpretar el destino de los hombres, con el fin de brindar una esperanza de salvación. Los “signos de salvación” se expresan de la siguiente manera:
• Dios confirió a cada hombre una vocación (calling) o misión que debe desempeñar en la Tierra. El ser humano alaba a Dios en la medida en que cumple con su misión. El éxito en el mundo depende de llevar a buen término la vocación personal, que expresa el deseo de Dios para cada ser humano.
• El hombre glorifica a Dios a través del trabajo (“Laborare este orare”, es decir “trabajar es orar”). El trabajo que realiza cada ser humano es muy respetable porque cualquiera que sea su profesión, si la lleva a cabo bien (de manera estable, próspera, exitosa) significa que está cumpliendo con su vocación. La riqueza que se obtiene a través del trabajo es una señal de aprobación divina, aunque no es un fin en sí misma. Se condena de manera contundente la ociosidad y la relajación de las costumbres. Al respecto, nos ilustran las palabras de Benjamín Franklin: “acostarse temprano y levantarse temprano hacen al hombre rico, sabio y sano”. O bien el dicho que reza: “Ayúdate que
Dios te ayudará”.
Si un individuo “fracasa”, también es susceptible de ser “rehabilitado” por lo elegidos, o bien puede ser eliminado sin remordimientos. La elección divina y misteriosa de unos para ser salvados y la de otros para no serlo, provoca la discriminación de los que se sienten elegidos hacia los que “probablemente” no lo serán. Esta discriminación se extiende al campo político y racial.
• El hombre descubre “signos” de salvación en el éxito que Dios le permite tener en su vida, porque significa que está cumpliendo con su vocación, aunque nunca puede estar seguro de haberse salvado. Los réprobos son aquellos que no son bendecidos por Dios, y por lo tanto fracasan en la vida. El fracaso se expresa como pobreza material o desaprovechamiento de recursos. Segúnla visión del mundo protestante, el hombre, raza o nación que goza de prosperidad, salud y felicidad puede estar prácticamente seguro de que ha sido elegido por Dios. Entonces la misión de los elegidos es guiar a los demás (réprobos) para alcanzar la felicidad, salud y prosperidad.
Entre las razones históricas que explican el desarrollo del Destino Manifiesto están:
• Competencia contra los ingleses por el comercio en Asia. Los estadounidenses sabían de las enormes ventajas comerciales de tener un puerto en el Pacífico, especialmente en la zona de California, que pertenecía entonces a México.
• Con el aumento de la población de las 13 colonias la economía de los Estados Unidos se desarrolló. El deseo de expansión creció con ellos. Para muchos colonos, la tierra significaba riquezas, autosuficiencia y libertad. La expansión hacia el Oeste ofrecía oportunidades para el desarrollo personal.
• Sensación de éxito.
En 1803 la compra de Louisiana había duplicado la extensión de la República norteamericana. En esa época el comercio con Europa era floreciente y el que se tenía con Asia estaba prosperando; los aventureros extraían fortunas de China y los especuladores ricos buscaban oportunidades para invertir.
• Ansiedad respecto a Gran Bretaña.
Existía una gran preocupación de que las intrigas de los imperialistas europeos pudieran poner en peligro las oportunidades y libertades de los estadounidenses.
• La marcha hacia el Oeste se alentaba por una sensación de infinidad; es decir, la convicción de que no había límites para lo que el individuo y la nación podían lograr.
• A partir de los años treinta y cuarenta del siglo XIX comenzaron a difundirse varios avances tecnológicos que facilitaban la vida de los individuos. Un ejemplo es el uso de la máquina de vapor para el transporte fluvial y terrestre. La locomotora se convirtió en un símbolo del progreso. El telégrafo magnético comunicó zonas que habían permanecido aisladas. En el campo de la comunicación, en 1846 la prensa rotativa hizo posible la producción masiva de periódicos de circulación nacional.
• Aumento de la población por inmigración y por nuevos nacimientos.
La población aumentó desde 5 millones en 1800 hasta más de 23 millones a mediados del siglo. Se estima que cerca de 4 millones de estadounidenses ocuparon territorios del Oeste entre 1820 y 1850.
•Los Estados Unidos sufrieron dos depresiones económicas, una en 1818 y la otra en 1839. Estas crisis orillaron a muchas personas a buscar nuevas oportunidades en tierras de frontera. La tierra de las fronteras era muy barata y, en algunos casos, gratuita.
En el periodo colonial los misioneros pregonaban que Dios dispuso que los ingleses protestantes trabajaran las extensas tierras de Norteamérica, a cambio de la evangelización de los naturales. Los colonos creían que confrontaban “fuerzas satánicas” en los nativos americanos, y que su obligación era llevarles la luz de la civilización y de la religión. Si un nativo infringía alguna de las severas leyes puritanas, la multa era pagada entregando tierra: así el despojo a los indios adquiría un aspecto “legal”.
Este sentimiento de “excepcionalidad virtuosa” fue uno de los rasgos de identidad que alentó a los colonos a buscar su independencia de Inglaterra en 1776. Desde su origen como nación, el sueño de Estados Unidos ha sido encontrar la pertección social a través de un triple compromiso: con la divinidad (cumpliendo con el destino impuesto por Dios), con la religión (observando una moral intachable) y con la comunidad (defendiendo su libertad, su seguridad y su propiedad). A lo largo de la historia, los políticos estadounidenses han invocado el favor de Dios en sus discursos y han insistido en la “misión trascendente” que la nación tiene que cumplir.
John L. O’Sullivan
Muy pronto, políticos y otros líderes de opinión aludieron al “Destino Manifiesto” para justificar la expansión imperialista de los Estados Unidos. A través de la doctrina del Destino Manifiesto se propagó la convicción de que la “misión” que Dios eligió para al pueblo estadounidense era la de explorar y conquistar nuevas tierras, con el fin de llevar a todos los rincones de Norteamérica la “luz” de la democracia, la libertad y la civilización.
Los principios que consolidaron la doctrina del Destino Manifiesto en el siglo XIX, se arraigaron en la mentalidad de los norteamericanos durante la fundación de las colonias inglesas en Norteamérica en el siglo XVII. Aunque la manifestación más evidente de esa doctrina nacionalista se expresa en el campo de la política, su esencia es religiosa.
Con la independencia de Estados Unidos los colonos secularizarán al máximo la doctrina, que acabará siendo la que conocemos como Destino Manifiesto (o bien destino patente o evidente). Una de las principales justificaciones para el expansionismo estadounidense, se fundamenta en esta idea de origen religioso: los Estados Unidos deben civilizar a todas aquellas razas o naciones.
Los ingleses que colonizaron la costa Este del territorio que sería Estados Unidos estaban profundamente inmersos en sus creencias (el puritanismo protestante), así que su vida comunitaria y política se desarrollaba en un estricto apego a la ley moral de tinte religioso y extremadamente conservador, con el convencimiento de que el Nuevo Mundo era la “Tierra Prometida” donde llevarían a cabo la misión encomendada por Dios. Así, en el periodo colonial se encuentra el punto de partida del ideal estadounidense de ser un “pueblo elegido” entre los demás del mundo.
Esto implicaba la creencia de que la república democrática era la forma de gobierno favorecida por Dios. Aunque originalmente esta doctrina se oponía al uso de la violencia, desde 1840 se usó para justificar el intervencionismo en la política de otros países, así como la expansión territorial a través de la guerra, como sucedió en 1846-48 en el conflicto bélico que concluyó con la anexión de más de la mitad de territorio mexicano.
La frase “Destino Manifiesto” apareció por primera vez en un artículo que escribió el periodista John L. O’Sullivan, en 1845, en la revista Democratic Review de Nueva York. En su artículo, O’Sullivan explicaba las razones de la necesaria expansión territorial de los Estados Unidos y apoyaba la anexión de Texas. Decía:
“el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino”.