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Colón regresó a España en donde volvió a entrevistarse con los Reyes Católicos, esta vez en Burgos, y fue confirmado en todos sus cargos y beneficios estipulados en las capitulaciones de Santa Fe. Pero esta vez los reyes se involucraron más en la organización del tercer viaje al Nuevo Mundo imponiendo una serie de condiciones y requisitos para prestarle su apoyo, como fue una serie de profesionales entre sus expedicionarios y algunos religiosos. Colón tuvo que recurrir a la banca genovesa para financiar parte de la misma.
Tras la firma de dichas capitulaciones se le encargó la organización del primer viaje que partiría del puerto ovetense de Palos de la Frontera. Reunió, no sin problemas, dos carabelas y una nao (algo más grande) y alrededor de 90 tripulantes. Casi todos marineros libres y voluntarios, no había casi delincuentes entre ellos, solo el caso de un reo por una pelea tabernera y tres amigos que intentaron ponerle en fuga de la cárcel.
Una vez en España Cristóbal Colón fue llamado por los Reyes Católicos a explicarles en Barcelona los pormenores de la expedición y los éxitos cosechados. Colón se presentó ante los mismos con varios indios taínos, papagayos, oro, perlas, artesanía indígena y promesas, muchas promesas de muchas riquezas y nuevos descubrimientos. El ardid tuvo su efecto y rápidamente los Reyes Católicos pusieron la maquinaria legal para legitimar dichos descubrimientos mediante la firma del papa Alejandro VI y encargó a Colón preparar el segundo viaje.
Tras los problemas ocurridos a Colón los Reyes Católicos revisaron los acuerdos y le quitaron bastantes privilegios al navegante. Por ejemplo ya no tenía la exclusividad de los viajes al Nuevo Mundo, otros marineros ya podían ser competencia en búsqueda de nuevos descubrimientos. Colón debería seguir buscando el paso hacia Asia y por ello organizó esta expedición cuyo objetivo sería navegar toda la costa caribeña de Centroamérica tratando de atravesar este inesperado obstáculo en forma de continente y por fin llegar a su ansiado fin: India.
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La Santa María fue la mayor de las tres embarcaciones que Cristóbal Colón utilizó en su primer viaje al Nuevo Mundo en 1492. A diferencia de las otras dos embarcaciones, la Santa María no era una carabela sino una nao. Era propiedad de Juan de la Cosa.
Las otras dos naves de la expedición fueron las carabelas La Niña y La Pinta. A diferencia de ellas, la Santa María no retornó a España al embarrancar en la isla Española en diciembre de 1492. Sus restos sirvieron para construir el Fuerte Navidad, el primer asentamiento español en el Nuevo Mundo.
Su nombre hizo pensar a algunos historiadores que pertenecía a la familia Pinto, pero en realidad fue alquilada a su propietario, Cristóbal Quintero, que fue en ella a las Indias como marino. Era una carabela nórdica de velas cuadradas con un velamen muy sencillo. Los palos de trinquete y mayor iban aparejados con una vela cuadrada de grandes dimensiones, en tanto que el palo de popa, llamado mesana, portaba una vela latina.
La Pinta era muy velera, según el Diario de Colón, de tal manera que, el 8 de octubre, en competición por llegar los primeros a descubrir las nuevas tierras, alcanzó una velocidad de 15 millas por hora (una milla de la época equivale a 0,8 millas náuticas actuales, por lo que su velocidad sería de unas 12 millas por hora).
La Niña fue una de las tres carabelas que usó Cristóbal Colón en su primer viaje al Nuevo Mundo en 1492, junto a La Pinta y a La Santa María, que era la nao capitana (el navío que dirigía la expedición al ir en él Cristóbal Colón). Posteriormente atravesó el Atlántico en muchas expediciones descubridoras y exploradoras del nuevo continente.