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El tema petrolero ha sido recurrente en la cotidianidad del venezolano y su presencia en los medios de comunicación es abrumadora aunque ello no signifique que el venezolano promedio sepa mucho sobre el tema y mucho menos tenga una conciencia clara de lo que el petróleo ha significado e influido en la vida individual y colectiva. En ese sentido hemos sido muy provincianos, tanto nuestras élites como la mayoría de nuestro pueblo. El siglo XX a nivel mundial fue intenso y dramático en todo sentido mientras en Venezuela nos sentíamos distantes y ajenos con una insularidad provinciana propia de un ego nacional auto suficiente asentado en la falsa creencia de ser un país rico y especial con respecto al mundo
Los momentos estelares del siglo XX fueron muchos, pero sin lugar a dudas que la aparición del petróleo, la consiguiente formación de los sectores sociales modernos y la aparición y desarrollo del proyecto democrático y civil configuran las tendencias más importantes y trascendentes de nuestro país. A pesar de nuestras insuficiencias y contradicciones, así como de nuestros avances y retrocesos, no hay duda que el siglo XX marca de manera definitiva nuestra entrada en la historia universal en sentido hegeliano. Dejamos de ser un simple pasado anónimo y entramos a formar parte en el presente como país importante con rango mundial en materia petrolera.
El Estado venezolano empezó a legislar en materia petrolera pensando más en los intereses de las empresas trasnacionales y algunos particulares que en función del interés nacional. Sólo después de 1938, después de la nacionalización petrolera mexicana, fue que en Venezuela a nivel político, se empezará a pensar más en términos nacionales y de allí la ley de 1943 y posteriormente la política petrolera nacionalista de los primeros gobiernos democráticos cuyos inspiradores más visibles, entre otros, fueron Juan Pablo Pérez Alfonso y Rómulo Betancourt.
El Estado petrolero y en general la clase política lo que hizo fueadministrar una renta y no generar propiamente riqueza; todos en general, gobiernos autoritarios y gobiernos democráticos, sufrieron una fuerte tendencia al despilfarro, la ineficiencia y la corrupción y el mejor negocio en Venezuela era el maridaje impropio entre economía y política y el camino más corto a la riqueza personal era a través de la política y la asociación con los políticos en general. No otro es el origen de nuestra burguesía al igual que el petroEstado permitió desarrollarse a los partidos y a los sindicatos, mediatizándolos y con el tiempo corrompiéndolos mientras que el resto de la sociedad se acostumbraba a la distribución populista de la renta petrolera.
El venezolano tiende a ser cortoplacista, tanto en su vida diaria como en sus análisis y expectativas. Igual sucede en el ámbito político, con excepción de la vocación de poder que es permanente. La política se tiende a asumir siempre en la coyuntura y en la sociedad moderna venezolana; la coyuntura es casi siempre de tipo electoral, especialmente en los últimos 10 años en que se nos ha impuesto un sistema electoral mediatizado, ventajista y plebiscitario. El proyecto “chavista” comenzó siendo un proyecto ideológico difuso y confuso, de asalto al poder por la vía de la conspiración, de una logia militar, juramentada y activada a través de una conspiración de más de 20 años y dos fracasadas intentonas golpistas en 1992. En los comienzos, las raíces de la conspiración pretendían entroncar con una ideología de tipo nacionalista a través del culto a Bolívar y el llamado árbol de las tres raíces que presuntamente los vinculaba al ideario del propio Libertador, a Simón Rodríguez y a Ezequiel Zamora. El culto a Bolívar y la ideología bolivariana es una vieja tradición política e historiográfica, convertida en ideología legitimadora por el tirano o dictador de turno. Chávez no ha sido una excepción. Fracasado el golpe de estado en 1992, se desarrolla una estrategia electoral exitosa: una alianza heterogénea con representantes de todos los sectores nacionales en el marco de una crisis de larga duración y una “democracia boba” representada por una clase dirigente debilitada y confundida, además de comprometida fuertemente con la corrupción. La mal llamada cuarta república venía muriendo desde la década de los 80 del siglo pasado, aunque su corrupción y descomposición se hizo visible e inocultable en la década de los 80. Una distorsión constitucional del Constituyente de 1961 fue permitir la reelección presidencial y así tuvimos las desafortunadas elecciones de Carlos Andrés Pérez II y Rafael Caldera II con el desenlace conocido.
En la perspectiva de la sociedad venezolana, el fenómeno más resaltante y de consecuencias más complejas y duraderas es la acelerada, aluvional y caótica “urbanización” del país, con sus núcleos urbanísticos de clases medias y los cinturones de miseria que no terminan de crecer y extenderse frente a un Estado ineficiente y corrupto y un liderazgo político que se colocó de espaldas al país. A pesar de todo lo dicho, también es verdad que el siglo XX posibilitó una sociedad, en su conjunto, más educada y más preparada para enfrentar los retos del futuro. En términos cuantitativos y cualitativos, la sociedad venezolana entró mayoritariamente a la modernidad aunque esta modernidad, en algunos sectores, se presente precaria e insuficiente, ubicándonos en la categoría de sociedades o pueblos a medio hacer que no han madurado lo suficiente o las etapas cumplidas fueron insuficientes para acceder a la plena modernidad.
La sociedad venezolana, en plena Segunda Guerra Mundial, ya era otra, y los cambios eran inevitables, aunque se escogiera el atajo golpista que provocó del 18 de octubre de 1945 con su secuela nefasta de acontecimientos como el derrocamiento de Rómulo Gallegos, la dictadura de Pérez Jiménez y las Fuerzas Armadas, a pesar de lo cual los cambios fueron indetenibles tanto por lo que había pasado en el mundo como por lo que venía pasando en Venezuela y de ahí llegamos a la aurora democrática del 23 de enero de 1958. Los primeros 15 años de la República Democrática fueron sumamente conflictivos y difíciles pero el balance es absolutamente positivo. En términos políticos se elabora y aprueba la Constitución de 1961, la más consensuada y la de más larga vigencia en toda nuestra historia. Se elige el primer gobierno democrático que logra durar todo el mandato. Se elige al nuevo Presidente por otro periodo y éste entrega la banda presidencial en su momento, al principal líder de la oposición. Todo esto ocurrió por primera vez en nuestra historia de manera pacífica y en elecciones confiables con un clima de libertad y respeto hacia el adversario, nunca antes visto.
Durante casi 70 años Venezuela mantuvo una tendencia hacia el crecimiento económico que se interrumpe de manera estructural alrededor de 1977; a partir de allí, entramos en la etapa “epiléptica” de los precios del petróleo, así tenemos un “boom” de los 70 seguido por una abrupta caída de los precios y el ciclo se repite comenzando el siglo XXI y la consiguiente brutal caída de los precios del petróleo que estamos viviendo. No aprendemos; otra vez vivimos el ciclo perverso de derrochar y despilfarrar en la época de la abundancia y llorar y lamentarnos en la época de la escasez. No hemos sido previsores y nuestros gobiernos han sido irresponsables en administrar la renta petrolera, de allí que nuestro desarrollo nacional sea incompleto e insuficiente y con una creciente deuda social que arrastramos, con particular gravedad y dramatismo, desde los años 80 del siglo pasado. Todos nos preguntamos hacia dónde vamos; nadie sabe la respuesta, aunque la experiencia nos indica que si asumimos nuestras responsabilidades individuales y colectivas y aprendemos las lecciones de nuestro pasado, no sería difícil elaborar una respuesta positiva de carácter político que posibilitaría un desarrollo sustentable y sustentado en políticas públicas de corto, mediano y largo plazo y que serían impulsadas no por individuos mesiánicos ni providencialistas, sino por las instituciones y quienes de manera ocasional asuman su conducción, limitados y subordinados a la Constitución y las leyes, con una efectiva contraloría social y una rendición de cuentas apropiada.