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Y cuando despuntó el más brillante astro, el que avanza anunciando la luz de Eos que nace de la mañana, la nave se acercó para fondear en la isla. En el pueblo de Itaca hay un puerto, el de Forcis, el viejo del mar, y en él hay dos salientes escarpados que se inclinan hacia el puerto y que dejan fuera el oleaje producido por silbantes vientos; dentro, las naves de buenos bancos permanecen sin amarras cuando llegan al término del fondeadero. Al extremo del puerto hay un olivo de anchas hojas y cerca de éste una gruta sombría y amable consagrada a las ninfas que llaman Náyades. Hay dentro cráteras y ánforas de piedra y también dentro fabrican las abejas sus panales. Hay dentro grandes telares de piedra donde las ninfas tejen sus túnicas con púrpura marina -¡una maravilla para velas!- y también dentro corren las aguas sin cesar. Tiene dos puertas, la una del lado de Bóreas accesible a los hombres; la otra, del lado de Noto, es en cambio sólo para dioses y no entran por ella los hombres, que es camino de inmortales.
Hacia allí remaron, pues ya lo conocían de antes, y la nave se apresuró a fondear en tierra firme, como a media altura -¡tales eran las manos de los remeros que la impulsaban! -Éstos descendieron de la nave de buenos bancos y levantando primero a Odiseo de la cóncava nave, le colocaron sobre la arena, rendido por el sueño, junto con su manta y resplandeciente sábana. También sacaron las riquezas que los ilustres feacios le habían donado cuando volvía a casa por voluntad de la magnánima Atenea.
Conque colocaron todo junto, cerca del tronco de olivo, lejos del camino -no fuera que algún caminante cayera sobre ello y lo robara antes de que Odiseo despertase-, y se volvieron a casa.
Y Hermes llamaba a las almas de los pretendientes...
Entonces él se puso en camino desde el puerto a través de un sendero escarpado en lugar boscoso por las cumbres, hacia donde Atenea le había manifestado que encontraría al divino porquero, el que cuidaba de su hacienda más que los demás siervos que el divino Odiseo había adquirido. Y lo encontró sentado en el pórtico, donde tenía edificada una elevada cuadra, hermosa y grande, aislada, en lugar abierto.
"Abuelo, yo me voy a la ciudad para que me vea mi madre, pues no creo que abandone
los tristes lamentos y los sollozos acompañados de lágrimas, hasta que me vea en
persona. Así que te voy a encomendar esto: lleva a la ciudad a este desdichado forastero
para que mendigue allí su pan -el que quiera le dará un mendrugo y un vaso de vino-,
pues yo no puedo hacerme cargo de todos los hombres, afligido como estoy en mi
corazón."
"¡Ay, ay, cómo han librado del mal los dioses a este hombre! Durante días nos hemos
apostado vigilantes sobre las ventosas cumbres, turnándonos continuamente. Al ponerse el sol, nunca pasábamos la noche en tierra sino en el mar, esperando en la rápida nave a la divina Eos, acechando a Telémaco para sorprenderlo y matarlo. Pero entre tanto un dios le ha conducido a casa.
Con que meditemos una triste muerte para Telémaco aquí mismo y que no se nos
escape, pues no creo que mientras él viva consigamos cumplir nuestro propósito, que él es hábil en sus resoluciones y el pueblo no nos apoya del todo."
"¡Ay, ay, cómo han librado del mal los dioses a este hombre! Durante días nos hemos
apostado vigilantes sobre las ventosas cumbres, turnándonos continuamente. Al ponerse el sol, nunca pasábamos la noche en tierra sino en el mar, esperando en la rápida nave a la divina Eos, acechando a Telémaco para sorprenderlo y matarlo. Pero entre tanto un dios le ha conducido a casa.
Conque meditemos una triste muerte para Telémaco aquí mismo y que no se nos
escape, pues no creo que mientras él viva consigamos cumplir nuestro propósito, que él es hábil en sus resoluciones y el pueblo no nos apoya del todo."
Así diciendo, subió a la nave y apremió a los compañeros para que embarcaran también
ellos y soltaran amarras. Conque subieron y se sentaron sobre los bancos. Telémaco ató
bajo sus pies hermosas sandalias y tomó su ilustre lanza, aguzada con agudo bronce, de la
cubierta del navío. Los compañeros soltaron amarras y echando la nave al mar enfilaron
hacia la ciudad como se lo había ordenado Telémaco, el querido hijo del divino Odiseo.
Y sus pies lo llevaban veloz, dando grandes zancadas, hasta que llegó a la majada
donde tenía las innumerables cerdas, con las que pasaba la noche el porquero, que era
noble, que conocía la bondad hacia sus dueños.
"Antínoo, insolente, malvado; dicen en Itaca que eres el mejor entre tus compañeros en
pensamiento y palabra, pero no eres tal. ¡Ambicioso!, por qué tramas la muerte y el destino
para Telémaco y no prestas atención a los suplicantes, cuyo testigo es Zeus? No es
justo tramar la muerte uno contra otro. ¿Es que no recuerdas cuando tu padre vino aquí
huyendo por terror al pueblo, pues éste rebosaba de ira porque tu padre, siguiendo a unos
piratas de Tafos, había causado daño a los tesprotos que eran nuestros aliados? Querían
matarlo y romperle el corazón y comerse su mucha hacienda, pero Odiseo se lo impidió y
los contuvo, deseosos como estaban. Ahora tú te comes sin pagar la hacienda de Odiseo,
pretendes a su mujer y tratas de matar a su hijo, produciéndome un gran dolor. Te ordeno
que pongas fin a esto y se lo aconsejes a los demás."
Eumeo condujo hacia la ciudad a su soberano, que se asemejaba a un miserable y viejo mendigo, que se apoyaba en su bastón y cubría su cuerpo con vestidos que daban pena.
... y pronto llegaron a un prado de asfódelo donde habitan las almas, imágenes de los difuntos.
Allí encontraron el alma del Pelida Aquiles y la de Patroclo y la del irreprochable
Antíloco y la de Ayáx, el más excelente en aspecto y cuerpo de los dánaos después del irreprochable hijo de Peleo. Todos se iban congregando en torno a éste; acercóse doliente el alma de Agamenón el Atrida y, a su alrededor, las de cuantos murieron con él en casa de Egisto y cumplieron su destino.
"Forastero, no es santo deshonrar a un extraño, ni aunque viniera uno más miserable que tú, que de Zeus son los forasteros y mendigos todos. Nuestros dones son pequeños, pero amistosos, pues la naturaleza de los siervos es tener siempre miedo cuando dominan nuevos soberanos. En verdad, los dioses han impedido el regreso de quien me habría estimado gentilmente y otorgado cuanto un dueño bondadoso suele conceder a su siervo -una casa, un lote de tierra y una esposa solicitada-, cuando éste se esfuerza por él y un dios hace prosperar sus labores, como está haciendo prosperar el trabajo en el que yo me mantengo activo. Por esto me habría beneficiado mucho mi soberano si hubiera envejecido aquí, pero ha muerto -¡así pereciera por completo la raza de Helena, pues
aflojó las rodillas de muchos hombres!-, pues también mi soberano marchó por causa del honor de Agamenón a Ilión, de buenos potros, para combatir a los troyanos."
"Conque apresurémonos a matarlo en el campo lejos de la ciudad, o en el camino. Podríamos quedarnos con su bienes y posesiones repartiéndolas a partes iguales entre nosotros y entregar el palacio a su madre y a quien case con ella, para que se lo queden."
Allí estaba tumbado el perro Argos, lleno de pulgas. Cuando vio a Odiseo cerca, entonces sí que movió la cola y dejó caer sus orejas, pero ya no podia acercarse a su amo.
Entonces Odiseo, que le vio desde lejos, se enjugó una lágrima...
Entonces Atenea, la diosa de ojos brillantes, inspiró en la mente de la hija de Icario, la prudente Penélope, que dispusiera el arco y el ceniciento hierro en el palacio de Odiseo para los pretendientes, como competición y para comienzo de la matanza.
"Escuchadme, ilustres pretendientes que hacéis uso de esta casa para comer y beber sin cesar un instante, la de un hombre que lleva ausente largo tiempo. Ningún otro pretexto podéis poner sino que estáis deseosos de casaros conmigo y tomarme por mujer. Conque, vamos, pretendientes, esto es lo que se os muestra como certamen: colocaré el gran arco del divino Odiseo y aquel que lo tense más fácilmente y haga pasar el dardo por las doce hachas, a éste seguiré inmediatamente abandonando esta casa querida, muy hermosa, llena de riqueza, de la que un día, creo, me acordaré incluso en sueños."
Esto era lo que hablaban entre sí en la morada de Hades, bajo las cavernas de la tierra.
Entretanto, Odiseo y los suyos bajaron de la ciudad y. enseguida llegaron al hermoso y bien cultivado campo que Laertes mismo había adquirido en otro tiempo, después de haber sufrido mucho.
"Ha llegado de allí sufriendo penalidades, después de mucho rodar, y afirma haber oído sobre Odiseo vivo y cercano, en el rico pueblo de los tesprotos; y trae a casa numerosos tesoros."
Y le dijo la prudente Penélope:
"Marcha, invítalo a venir aquí para que me lo cuente en persona."
Cuando el sufridor, el divino Odiseo lo vio doblegado por la vejez y con una gran pena
en su interior, se puso bajo un elevado peral y derramaba lágrimas. Después dudó en su
interior entre besar y abrazar a su padre, y contarle detalladamente cómo había venido y
llegado por fin a su tierra patria, o preguntarle primero y probarle en cada detalle.
Y en cuanto a mi madre, su ánimo anda cavilando en su
interior si permanecerá junto a mí y cuidará de su casa por vergüenza del lecho de su
esposo y de las habladurías del pueblo, o si se marchará ya en pos del más excelente de
los aqueos que la pretenda y le ofrezca más riquezas.
(Telémaco), se puso en pie y descolgó de su hombro la aguda espada. En primer lugar colocó las hachas abriendo para todas un largo surco, las alineó a cuerda y puso tierra alrededor.
El asombro se apoderó de todos los que veían cuán ordenadamente las había colocado -nunca antes lo habían visto. Entonces fue a ponerse sobre el umbral y probar el arco.
Tres veces lo movió deseando tenderlo y tres veces desistió de su ímpetu esperando en su interior tender la cuerda y atravesar el hierro con una flecha. Y quizá lo habría tendido, tirando con fuerza por cuarta vez, pero Odiseo le hizo señas de que no, aunque mucho lo deseaba.
"¡Ay, ay, que a tu gallardía no se añade también la cordura! En verdad, no darías ni siquiera sal de tu propia hacienda a quien se te acercara si, estando en casa ajena, no has podido tomar un poco de pan para darme, y eso que tienes en abundancia a tu disposición."
Así habló; Antínoo se irritó más aún en su corazón y mirándole torvamente le dirigió aladas palabras:
"Ahora es cuando creo que no vas a retirarte con bien atravesando el mégaron, ya que estás injuriándome."
Asi habló, y, tomando el escabel, se lo tiró al hombro derecho, acertándole en el extremo de la espalda. Odiseo se mantuvo en pie, firme como una roca, y el golpe de Antínoo no le hizo perder pie, pero movió la cabeza en silencio meditando secretos males.
Entonces Penélope decidió mostrarse ante los pretendientes, poseedores de orgullosa insolencia, pues se había enterado de que pretendían matar a su hijo en palacio -se lo había dicho el heraldo Medonte, que conocía su decisión. Se puso en camino hacia el mégaron junto con sus siervas y cuando hubo llegado junto a los pretendientes, la divina entre las mujeres, se detuvo junto a una columna del bien labrado techo, sosteniendo delante de sus mejillas un grueso velo. Censuró a Antínoo, le dijo su palabra y le llamó por su nombre:
"Antínoo, insolente, malvado; dicen en Itaca que eres el mejor entre tus compañeros en pensamiento y palabra, pero no eres tal. ¡Ambicioso!, por qué tramas la muerte y el destino para Telémaco y no prestas atención a los suplicantes, cuyo testigo es Zeus?"
"Forastero, no es santo deshonrar a un extraño, ni aunque viniera uno más miserable
que tú, que de Zeus son los forasteros y mendigos todos. Nuestros dones son pequeños,
pero amistosos, pues la naturaleza de los siervos es tener siempre miedo cuando dominan
nuevos soberanos. En verdad, los dioses han impedido el regreso de quien me habría
estimado gentilmente y otorgado cuanto un dueño bondadoso suele conceder a su siervo
-una casa, un lote de tierra y una esposa solicitada-, cuando éste se esfuerza por él y un
dios hace prosperar sus labores, como está haciendo prosperar el trabajo en el que yo me
mantengo activo. Por esto me habría beneficiado mucho mi soberano si hubiera
envejecido aquí, pero ha muerto -¡así pereciera por completo la raza de Helena, pues
aflojó las rodillas de muchos hombres!-, pues también mi soberano marchó por causa del
honor de Agamenón a Ilión, de buenos potros, para combatir a los troyanos."
"Padre forastero, te llama la prudente Penélope, la madre de Telémaco. Su ánimo la impulsa a preguntarte por su esposo, ya que ha sufrido muchas penas. Y si reconoce que todo lo que le dices es cierto, te vestirá de túnica y manto, cosas que más necesitas. También podrás alimentar tu vientre pidiendo comida por el pueblo, y te dará quien lo desee."
Y le contestó el sufridor, el divino Odiseo:
"Eumeo, contaría enseguida toda la verdad a la hija de Icario, a la prudente Penélope - pues sé muy bien sobre aquél y hemos recibido un infortunio semejante-, pero temo a la multitud de los terribles pretendientes, cuya soberbia y violencia ha llegado al férreo cielo. Además, cuando ese hombre me hizo daño golpeándome al cruzar el salón -y sin hacer yo nada malo-, ni Telémaco ni ningún otro me protegió. Por esto aconsejo a
Penélope que se quede en sus habitaciones -por mucho que desee salir- hasta la puesta del sol. Pregúnteme entonces sobre el día del regreso de su esposo, sentada muy cerca del fuego, pues tengo unos vestidos que dan pena y bien lo sabes tú, que ya te supliqué antes que a nadie."
"Soy yo, padre, aquél por quien preguntas, yo que he llegado a los veinte años a mi tierra patria. Pero contento llanto y lamentos, pues te voy a decir una cosa -y es preciso que nos apresuremos:- ya he matado a los pretendientes en nuestro palacio vengando sus dolorosos ultrajes y sus malvadas acciones."
Y le contestó Laertes diciendo:
"Si de verdad eres Odiseo, mi hijo, que has llegado aquí, muéstrame una señal clara para que me convenza."
"Abuelo, tú marcha rápido y di a la prudente Penélope que estoy a salvo y he llegado
de Pilos. Entre tanto, yo permaneceré aquí y tú vuelve después de darle a ella sola la
noticia; que no se entere ninguno de los demás aqueos, pues son muchos los que
maquinan la muerte contra mí."
Entonces Penélope subió al brillante piso de arriba y lloraba a Odiseo, su esposo, hasta
que Atenea de ojos brillantes le puso dulce sueño sobre los párpados.
Probó el arco y no pudo tenderlo, pues antes se cansó de tirar hacia atrás con sus blandas, no encallecidas manos.
"Vamos, dadme el pulimentado arco para que pueda probar con vosotros mi fuerza y mis brazos, para ver si tengo todavía el vigor cual antes tenía en mis flexibles miembros, o ya me lo han destruido la vida errante y la falta de cuidados."
Así dijo, y todos ellos se indignaron sobremanera temiendo que lograse tender el pulido arco.
"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides; manifiesta ya tu palabra a tu hijo y no se la ocultes más, a fin de que preparéis la muerte y Ker para los pretendientes y marchéis a la ínclita ciudad."
"Forastero, en verdad los inmortales destruyeron mis cualidades -figura y cuerpo- el día en que los argivos se embarcaron para Ilión y entre ellos estaba mi esposo, Odiseo. Si al menos volviera él y cuidara de mi vida, mayor sería mi gloria y yo más bella. Pero ahora estoy afligida, pues son tantos los males que la divinidad ha agitado contra mí..."
"Amigos, nunca hasta ahora nos había tocado en suerte una diversión como la que dios nos ha traído a esta casa. El forastero e Iro están incitándose mutuamente a llegar a las manos. Así que empujémosles enseguida."
Entretanto el muy astuto Odiseo, luego que hubo palpado y examinado por todas partes el gran arco... Como cuando un hombre entendido en liras y canto consigue fácilmente tender la cuerda con una clavija nueva, atando a uno y otro lado la bien retorcida tripa de una oveja, así tendió Odiseo sin esfuerzo el gran arco. Luego lo tomó con su mano derecha, palpó la cuerda y ésta resonó semejante al hermoso trino de una golondrina. Entonces les entró gran pesar a los pretendientes y se les tornó el color. Zeus retumbó con fuerza mostrando una señal y se llenó de alegría el sufridor, el divino Odiseo porque el hijo de Crono, de torcidos pensamientos, le había enviado un prodigio. Y tomó un agudo dardo que tenía suelto sobre la mesa, pues los otros estaban dentro del cóncavo carcaj, los que iban a probar pronto los aqueos. Lo acomodó en la encorvadura, tiró del nervio y de las barbas allí sentado, desde su misma silla, disparó el dardo apuntando de frente y no marró ninguna de las hachas desde el primer agujero, pues la flecha de pesado bronce salió atravesándolas.
Se lanzaron sobre los primeros combatientes Odiseo y su brillante hijo y los golpeaban con sus espadas; y habrían matado a todos y dejádolos sin retorno si Atenea, la hija de Zeus portador de égida, no hubiera gritado con su voz y contenido a todo el pueblo:
"Abandonad, itacenses, la dura contienda, para que os separéis sin derramar sangre".
Así habló Atenea y el pálido terror se apoderó de ellos; volaron las armas de sus manos, aterrorizados como estaban, y cayeron al suelo al lanzar Atenea su voz. Y se volvieron a la ciudad deseosos de vivir.
Gritó horriblemente el sufridor, el divino Odiseo y se lanzó de un brinco como el águila que vuela alto. Entonces el Cronida arrojó ardiente rayo que cayó delante de la de ojos brillantes, la de poderoso padre, y ésta se dirigió a Odiseo:
"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides, contente, abandona la lucha igual para todos, no sea que el Cronida se irrite contigo, el que ve a lo ancho, Zeus."
Así habló Atenea; él obedeció y se alegró en su ánimo. Y Palas Atenea, la hija de Zeus, portador de égida, estableció entre ellos un pacto para el futuro, semejante a Méntor en el cuerpo y en la voz.
Odiseo sentía piedad por su mujer cuando sollozaba, pero los ojos se le mantuvieron
firmes como si fueran de cuerno o hierro, inmóviles en los párpados. Y ocultaba sus
lágrimas con engaño
Entonces Odiseo le asió por el pie y lo arrastró a lo largo del pórtico hasta llegar al patio y las puertas de la galería. Lo dejó sentado contra la cerca del patio, le puso el bastón entre las manos y le dirigió aladas palabras:
"Quédate ahí sentado para espantar a cerdos y perros, y no pretendas ser jefe de
forasteros y mendigos, miserable como eres, no sea que te busques un mal todavía
mayor."
"No soy un dios -¿por qué me comparas con los inmortales?- sino tu padre por quien sufres dolores sin cuento soportando entre lamentos las acciones violentas de esos hombres.»
Así hablando besó a su hijo y dejó que el llanto cayera a tierra de sus mejillas, pues antes lo estaba conteniendo, siempre inconmovible.
Y Telémaco -aún no podía creer que era su padre-, le dijo de nuevo contestándole:
«Tú no eres Odiseo, mi padre, sino un demón que me hechiza para que me lamente con más dolores todavía, pues un hombre no sería capaz con su propia mente de maquinar esto si un dios en persona no viene y le hace a su gusto y fácilmente joven o viejo. Que tú hace poco eras viejo y vestías ropas desastrosas, en cambio ahora pareces un dios de los que poseen el vasto cielo."
Y contestándole dijo Odiseo rico en ardides:
" Telémaco, no está bien que no te admires muy mucho ni te alegres de que tu padre esté en casa. Ningún otro Odiseo te vendrá ya aquí, sino éste que soy yo, tal cual soy, sufridor de males, muy asendereado, y he llegado a los veinte años a mi patria."
"Sin embargo, te haré un juramento: sea testigo Zeus antes que nadie, el más excelso
y poderoso de los dioses, y el Hogar del irreprochable Odiseo, al que he llegado, que todo
esto se cumplirá como yo digo; durante este mismo año vendrá Odiseo, cuando se haya
acabado este mes y comenzado el siguiente."
"Por eso te voy a decir algo -préstame atención y escúchame-: nada cría la tierra más endeble que el hombre de cuantos seres respiran y caminan por ella. Mientras los dioses le prestan virtud y sus rodillas son ágiles, cree que nunca en el futuro va a recibir desgracias; pero cuando los dioses felices le otorgan miserias, incluso
éstas tiene que soportarlas con ánimo paciente contra su voluntad. Pues el pensamiento de los hombres terrenos cambia con cada día que nos trae el padre de hombres y dioses".
Entonces el muy astuto Odiseo se despojó de sus andrajos, saltó al gran umbral con el
arco y el carcaj lleno de flechas y las derramó ante sus pies diciendo a los pretendientes:
"Ya terminó este inofensivo certamen; ahora veré si acierto a otro blanco que no ha
alcanzado ningún hombre y Apolo me concede gloria."
"Despierta, Penélope, hija mía, para que veas con tus propios ojos lo que esperas todos los días. Ha venido Odiseo, ha llegado a casa por fin, aunque tarde, y ha matado a los ilustres pretendientes, a los que afligían su casa comiéndose los bienes y haciendo de su hijo el objeto de sus violencias."
"Perros, no esperabais que volviera del pueblo troyano cuando devastabais mi casa,
forzabais a las esclavas y, estando yo vivo tratabais de seducir a mi esposa sin temer a los
dioses que habitan el ancho cielo ni venganza alguna de los hombres. Ahora pende sobre
vosotros todos el extremo de la muerte."
Su corazón revolvía una y otra vez si interrogaría a su esposo desde lejos o se colocaría a su lado, le tomaría de las manos y le besaría la cabeza. Y cuando entró y traspasó el umbral de piedra se sentó frente a Odiseo
junto al resplandor del fuego, en la pared de enfrente. Él se sentaba junto a una elevada columna con la vista baja esperando que le dijera algo su fuerte esposa cuando lo viera con sus ojos, pero ella permaneció sentada en silencio largo tiempo -pues el estupor alcanzaba su corazón.
La anciana tomó un caldero reluciente y le lavaba los pies; echó mucha agua fría y sobre ella derramó caliente. Entonces Odiseo se sentó junto al hogar y se volvió rápidamente hacia la oscuridad, pues sospechó enseguida que ésta, al cogerlo, podría reconocer la cicatriz y sus planes se harían manifiestos. La anciana se acercó a su soberano y lo lavaba. Y enseguida reconoció la cicatriz que en otro tiempo le hiciera un jabalí con su blanco colmillo...
"Pero tú marcha a casa al despuntar la aurora y reúnete con los soberbios pretendientes, que a mí me conducirá después el porquero bajo el aspecto de un mendigo miserable y viejo.
Si me deshonran en el palacio, que tu corazón soporte el que yo reciba malos tratos, aunque me arrastren por los pies hasta la puerta o incluso me arrojen sus dardos. Tú mira y aguanta..."
"Vamos, Euriclea, prepara el labrado lecho fuera del sólido tálamo, el que construyó él mismo."
Entonces Odiseo examinó todo su palacio por si todavía quedaba vivo algún hombre tratando de evitar la negra muerte. Pero los vio a todos derribados entre polvo y sangre, tan numerosos como los peces a los que los pescadores sacan del canoso mar en su red de muchas mallas y depositan en la cóncava orilla -allí están todos sobre la arena añorando las olas del mar y el brillante Helios les arrebata la vida-; así estaban los pretendientes, hacinados uno sobre otro.
"Mujer, esta palabra que has dicho es dolorosa para mi corazón. ¿Quién me ha puesto la cama en otro sitio?"
La anciana tomó entre las palmas de sus manos esta cicatriz y la reconoció después de
examinarla. Soltó el pie para que se le cayera y la pierna cayó en el caldero. Resonó el
bronce, inclinóse él hacia atrás, hacia el lado opuesto, y el agua se derramó por el suelo.
El gozo y el dolor invadieron al mismo tiempo el corazón de la anciana y sus dos ojos se
llenaron de lágrimas, y su floreciente voz se le pegaba.
"Te haré señas con la cabeza; tú entonces calcula cuántas arenas guerreras hay en el mégaron y sube a depositarlas en lo más profundo de la habitación del piso de arriba."
Así dijo, y a ella se le aflojaron las rodillas y el corazón al reconocer las señales que le había manifestado claramente Odiseo. Corrió llorando hacia él y echó sus brazos alrededor del cuello de Odiseo; besó su cabeza y dijo:
"No te enojes conmigo, Odiseo..."
Hizo señas a Penélope con los ojos queriendo indicar que su esposo estaba dentro. Pero ésta no pudo verla, aunque estaba enfrente, ni comprenderla, pues Atenea le había distraído la atención. Entonces Odiseo acercó sus manos, la asió de la garganta con la derecha y con la otra la atrajo hacia sí diciendo:
"Nodriza, ¿por qué quieres perderme? Tú misma me criaste sobre tus pechos. Ya he llegado a la tierra patria tras sufrir muchas penalidades, a los veinte años."
" Luego deja sólo para nosotros dos un par de espadas y otro de lamas y dos escudos para nuestros brazos, a fin de que los sorprendamos echándonos sobre ellos."
"Comenzad ya a llevar cadáveres y dad órdenes a las mujeres para que luego limpien con agua y agujereadas esponjas los hermosos sillones y las mesas. Cuando hayáis puesto en orden todo el palacio sacad del sólido mégaron a las mujeres y matadlas con largas espadas entre la rotonda y el hermoso cerco del patio, hasta que las arranquéis a todas la vida, para que se olviden de Afrodita, a la que poseían debajo de los pretendientes con quienes se unían en secreto."
... ató el cable de una nave de azuloscura proa a una larga columna y rodeó con él la rotonda tensándolo hacia arriba de forma que ninguna llegara al suelo con los pies. Como cuando se precipitan los tordos de largas alas, o las palomas, hacia una red que está puesta en un matorral cuando se dirigen al nido –y en realidad las acoge un odioso lecho-, así las esclavas tenían sus cabezas en fila -y en torno a sus cuellos había lazos-, para que murieran de la forma más lamentable
Así habló, y a él se le levantó todavía más el deseo de llorar y lloraba abrazado a su
deseada, a su fiel esposa. Como cuando la tierra aparece deseable a los ojos de los que
nadan (a los que Poseidón ha destruido la bien construida nave en el ponto, impulsada por
el viento y el recio oleaje; pocos han conseguido escapar del canoso mar nadando hacia el
litoral y -cuajada su piel de costras de sal- consiguen llegar a tierra bienvenidos, después
de huir de la desgracia), así de bienvenido era el esposo para Penélope, quien no dejaba
de mirarlo y no acababa de soltar del todo sus blancos brazos del cuello.
Y se les hubiera aparecido Eos, de dedos de rosa, mientras se lamentaban, si la diosa de
ojos brillantes, Atenea, no hubiera concebido otro proyecto: contuvo a la noche en el otro
extremo al tiempo que la prolongaba, y a Eos, de trono de oro, la empujó de nuevo hacia
Océano y no permitía que unciera sus caballos de veloces pies, los que llevan la luz a los
hombres, Lampo y Faetonte, los potros que conducen a Eos.
También sacaron a Melantio al vestíbulo y al patio, cortáronle la nariz y las orejas con
cruel bronce, le arrancaron las vergüenzas para que se las comieran crudas los perros, y le
cortaron manos y pies con ánimo irritado.
Habían salido del palacio, en mutua compañía, el boyero y el porquero del divino Odiseo. Y les siguió él mismo, el divino Odiseo, desde la casa; y cuando ya estaban fuera de las puertas y del patio les habló con suaves palabras:
"Boyero y tú, porquero, Les diré alguna palabra o mejor la mantendré oculta? El ánimo me ordena decirla. ¿Como seríais para defender a Odiseo si llegara de alguna parte, así de repente, y alguna divinidad lo enviara? ¿Defenderíais a los pretendientes o a Odiseo? Contestad como el corazón y el ánimo os lo ordenen."
Y el boyero dijo:
"Zeus padre, ¡ojalá cumplieras este deseo mío de que llegue aquel hombre conducido por alguna divinidad! Conocerías cuál es mi fuerza y qué brazos me acompañan."
Eumeo suplicaba a todos los dioses de la misma manera que regresara a casa el prudente Odiseo.
Y una vez que éste conoció su verdadero pensamiento, de nuevo les contestó con sus palabras y dijo:
"Ya está él dentro; soy yo mismo, que después de pasar muchas calamidades he llegado a los veinte años a la tierra patria."